La asombrosa vida del joven Belgrano

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En su juventud, Belgrano, aquel chico que lo tenía todo, fue idealista, desordenado, soñador. «Se apoderaron de mí las ideas de libertad e igualdad y sólo veía tiranos que impedían al hombre disfrutar de sus derechos”, llegó a escribir

Hijo de padres ricos, la juventud de Manuel Belgrano fue revoltosa y siguió las ideas de su generación.

El primer «Tano» de estas tierras fue Doménico Belgrano Peri (aquí lo castellanizaron Pérez) nacido en Oneglia, en el golfo de Génova, que perteneció en sus tiempos al reino de Cerdeña. Doménico emigró a los 19 años, hacia 1749, y se radicó en Cádiz, ciudad española muy vinculada a las Indias (es decir, América española) que tenía 50 mil habitantes a mediados del siglo XVIII. Abundaban entre ellos los comerciantes italianos y franceses. En los jardines gaditanos se veían árboles de América como el ombú, el jacarandá, el drago, el ficus.

El señor Belgrano Peri se embarcó en 1751, hacia Buenos Aires (a bordo del navío El Poloni) junto a su primo don Ángelo Castelli para probar suerte aquí. Los dos tendrían hijos varones que pasarían a la historia como revolucionarios argentinos.

Belgrano salió de aquella Cádiz alegre y próspera, pero desembarcó en una Buenos Aires pobretona. La ciudad, la famosa ciudad-puerto de la historia… ¡no tenía puerto! Los barcos anclaban en pleno Río de la Plata. De la nave se pasaba a unos botes de remo, y luego los pasajeros debían montar a caballo, para llegar hasta la orilla empapados, o amontonarse en unas carretas de ruedas altas. A veces, recorrían el tramo final arremangándose los pantalones y chapoteando en el agua barrosa, con los zapatos en la mano.

Doménico hizo aquí una gran carrera. Exportaba cueros, tejidos y lana, cerraba negocios con ciudades del Alto Perú, Chile, la propia Córdoba, Cádiz y puertos de Inglaterra y Brasil. Belgrano padre participó también del tráfico de esclavos africanos.

A los 35 años se casó con una distinguida niña santiagueña: María Josefa González y Casero, de sólo quince años. Era la edad casadera de las mujeres de aquel tiempo. Aquella muchachita tuvo quince hijos, de los cuales sobrevivieron doce. Uno fue Manuel Belgrano, que murió soltero, aunque dejó descendencia. Una hermana de Manuel, llamada María Josefa como su madre, se casó con el sevillano José María Calderón de la Barca, y tuvieron diez.

Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació el 3 de junio de 1770, mientras su padre proseguía próspera gestión, bajo la protección del Virrey Pedro de Cevallos.

Los ex alumnos solemos decir, para florearnos, que Belgrano fue al Nacional Buenos Aires, pero no es cierto: cursó una especie de secundario en el Real Colegio de San Carlos (predecesor del CNBA) que era una institución fundada por el Virrey Vértiz en 1783, sobre la base del Colegio de San Ignacio, que habían conducido los jesuitas, hasta su expulsión en 1767. Se regía por los planes de estudios ya vigentes en el Colegio de Montserrat de Córdoba.

Requisitos para ser admitido en el San Carlos: «Ser de primera clase, hijo legítimo, saber leer y escribir. Los padres debían ser cristianos viejos, limpios de toda mancha de sangre de judíos, moros, indios o penitenciados por el Santo Oficio de la Inquisición». Reglamentos del mismo tipo imperaban en España para cursar estudios, civiles o militares. Belgrano entró a los 14 años, en 1784. Una especie de sotana.

También decimos que Belgrano se recibió de abogado en Salamanca, pero no es exacto. Viajó allá con su hermano Francisco José María, eso sí. Pero según Miguel Ángel de Marco en su notable biografía «Belgrano. Artífice de la Nación- Soldado de la Libertad», Belgrano presentó ante la Universidad de Valladolid un papel fraguado, atestiguando (con fecha 21 de junio de 1788) que Manuel estaba matriculado desde 1782, habiendo cursado, en doble turno, dos años de Filosofía y cuatro de Instituciones Civiles en la Universidad de Oviedo. Según De Marco, la falsificación de estudios era cosa común. El papel no mencionaba ningún paso por Salamanca.

Lo que sí obtuvo Belgrano fue un certificado de bachiller en Leyes. Por aquel entonces, su padre Doménico había sido encarcelado, a causa de un negocio turbio en el Río de la Plata. Manuel, por su parte, solicitaba dispensa papal para leer libros prohibidos de la época: Malebranche, Adam Smith, Condillac.

Llegaron los años difíciles. Manuel vivía, con su hermano también estudiante, de a ratos en casa de su hermana y su cuñado Calderón de la Barca(no el famoso escritor español), en Madrid. En aquellos tiempos de soltería, Manuel contrajo la sífilis. Esta enfermedad lo condenaría a muerte antes de los 50 años.

El litigio de su padre absorbió las energías de Manuel. El expediente (explica a su madre en carta del 11 de agosto de 1790) «formaba un verdadero promontorio que iba y venía por las oficinas». Doña María Josefa González, a todo esto, se hacía cargo de sostener a la familia.

Belgrano confiesa: «Mi aplicación no la contraje tanto a la carrera que había ido a emprender, como al estudio de los idiomas vivos, de la economía política y el derecho público» (Autobiografía). Su madre quería verlo doctor en Leyes. Pero Manuel le respondió en una carta concluyente: «Renuncio a graduarme de doctor. Lo contemplo como una cosa inútil y un gasto superfluo. Además, para litigar, me basta el grado que tengo, y la práctica que llevo adquirida». En carta a su padre, afirma en diciembre de 1790 que lo de doctor es «una patarata». (¿Un mamarracho?)

Finalmente, la Real Cancillería de Valladolid lo habilitó como abogado. Volvió a Buenos Aires, donde se encontraría con su primo Juan José, hijo del pariente de su padre, Ángelo Castelli. Hablaba perfectamente italiano.

Según ficha de la Universidad de Valladolid, en 1789, era un «natural de la ciudad de Buenos Aires, de 19 años de edad, poco más o menos pelo rojo y ojos castaños». Se distinguía por su porte extranjero, de maneras refinadas, que le permitían frecuentar los mejores salones.

Hijo de padres ricos, su juventud fue revoltosa y siguió las ideas de su generación. «Se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos que impedían al hombre disfrutar de sus derechos». Un liberal revolucionario.

En marzo de 1794, así lo describe Bartolomé Mitre: «Joven, rico y de buena presencia, todas las puertas se le abrían. El prestigio de un viaje al Viejo Mundo, su instrucción variada, sus conocimientos de música, su título de abogado, sus maneras afables y cultas, le dieron un lugar distinguido en la sociedad. Se relacionó con los jóvenes más inteligentes de la época. Especialmente con Castelli, con quien desarrolló estudios económicos».

En los años subsiguientes, Belgrano será funcionario de la Corona Española (en el Consulado, donde llegó a ser secretario) y llorará de impotencia al producirse las Invasión Inglesa de 1806. Sus quince años en el Consulado le permitieron trazar un perfil estadístico y económico del Virreinato. Improvisado como militar, mantuvo un diálogo sutil con el general San Martín, a quien Belgrano sugería suavemente que respetara las formas de la religión católica y las creencias del pueblo, muy especialmente la devoción por la Virgen.

Belgrano, un católico profundo, participó del movimiento de mayo y fue moderado, al principio partidario de la Infanta Carlota de Borbón. Uno de sus momentos más dramáticos se produce cuando llegan a Buenos Aires las noticias de una conspiración tramada en Córdoba por algunas personalidades de orientación monárquica. Las encabeza, nada menos, Santiago Liniers, el ex virrey, que se encontraba teóricamente retirado y atendiendo un campo de su propiedad, junto al gobernador Juan Gutiérrez de la Concha y el obispo Rodrigo Antonio de Orellana, más otros vecinos destacados. Se proponían resistir a la revolución, con ayuda de unos mil milicianos, a los que habían convocado junto a distintos jefes militares y políticos: el coronel Santiago Allende, el teniente de gobernador Victorino Rodríguez y el secretario Joaquín Moreno, entre otros.

Es que el «cabildazo» de Buenos Aires no gustaba en ciudades como Córdoba, Montevideo, Asunción del Paraguay… ¡Y ni hablar de la rica y monárquica Lima, la ciudad del oro, los marqueses y la Inquisición!

La Primera Junta, con la firma de todos sus miembros, excepto Alberti por su condición de sacerdote, resuelve que todos los contrarrevolucionarios sean «arcabuceados». Saavedra, como Belgrano y Castelli, había compartido con Liniers la Reconquista de Buenos Aires. Todos ellos le tenían gran aprecio.

La ejecución de Liniers y los suyos, para colmo, fue tortuosa. Al recibir la orden, el 10 de agosto, el coronel Antonio Ortiz de Ocampo se negó a cumplirla. Amagó enviar los prisioneros a Buenos Aires, para que Moreno se hiciera cargo. Este recibió la noticia y, furioso, repitió la orden de «arcabucearlos». El 26 de agosto, cuando asistían a la misa que celebraba Monseñor Orellana (otro conjurado) en la capilla de Cruz Alta, fueron prendidos y trasladados a Chañar de los Loros. Allí, el miembro de la Junta Juan José Castelli les leyó la sentencia.

Moreno había escrito a Castelli: «Espero que no incurrirá en la misma debilidad que nuestro general; si todavía no cumpliese la determinación, irá Larrea, y por último iré yo mismo si fuese necesario». Al parecer, hubo que convocar a desertores irlandeses, de los muchos que se habían alistado en 1806-1807, y que siendo gringos no trepidaban ante el prestigio de Liniers. Colofón: todos fusilados, salvo el obispo, quien fue remitido preso a Luján.Agregan los testigos que el tiro de gracia -triste privilegio- lo efectuó el coronel Domingo French.

Una linda estampa de Belgrano: «El general era de regular estatura, pelo rubio, cara y nariz fina, color muy blanco, algo rosado, sin barba. Tenía una fístula bajo un ojo, que no lo desfiguraba, pues era casi imperceptible. Su cara era más bien de alemán que de porteño. No se lo podía acompañar por la calle, porque su andar era casi corriendo. No dormía más que tres o cuatro horas. A medianoche montaba a caballo y salía de ronda, a observar su ejército, acompañado sólo de una ordenanza. Era tal la abnegación con que este hombre extraordinario se entregó a la libertad de su patria, que no tenía un momento de reposo. Nunca buscaba su comodidad; con el mismo placer se acostaba en el suelo o en una mullida cama». (José Celedonio Balbín, «Documentos del Archivo de Belgrano»).

Evidentemente, el alma de Manuel había cambiado vertiginosamente. En su juventud, aquel chico que lo tenía todo fue idealista, desordenado, soñador. En la madurez, un fanático del orden y la seriedad.

Murió en el año del caos, el 20 de junio de 1820 y al entrar en agonía pagó sus honorarios al médico inglés Joseph Redhead, con un reloj de oro de su propiedad. Otro médico, también británico, el Dr. John Sullivan, ayudó a amortajar el cuerpo, que fue enterrado en el atrio de la Iglesia de Santo Domingo.

El creador de la bandera y miembro de la Primera Junta dejó dos hijos, siendo soltero: Mónica Belgrano y don Pedro Rosas y Belgrano, hijo adoptivo de Juan Manuel de Rosas, que lo anotó como propio. Tenía 50 años y era muy pobre.

 

Fuente: http://www.infobae.com


¿Es Belgrano el hombre del Bicentenario?

 

El último libro de Felipe Pigna, una biografía del creador de la bandera, pone de relieve, entre otros hechos, su rol en el Congreso de Tucumán que sólo recientemente ha sido valorizado por nuestra historiografía

— ¿Por qué considera a Manuel Belgrano el hombre del Bicentenario?

— Hasta el año 2016, él es un hombre clave. Es el primero que piensa el país, el primero que, desde el Consulado, mucho antes de 1810, habla de formar, de pensar una Nación, en términos muy modernos, muy progresistas: habla de industria, de agricultura, de igualdad entre el hombre y la mujer -algo muy ausente en la literatura política de la época-, de cuidar la industria nacional, de no exportar materia prima y sí productos elaborados. Habla del cuidado del medioambiente, de la no contaminación de los ríos, de que la tala de

bosques va a provocar inundaciones en el futuro… Además de su formación académica, estaba suscripto a los principales periódicos políticos y económicos de Europa. Habla de la importancia que va a tener China en el futuro. Lo escribe en el 1800. Y es un protagonista fundamental de la Revolución de Mayo. Es quien le da el ultimátum al virrey cuando les dice a sus compañeros que si a las 3 de la tarde no renuncia lo va a tirar por la ventana, según cuenta (Tomás) Guido en sus memorias. Luego, por supuesto, la creación de la bandera. La epopeya del éxodo jujeño no tiene precedentes. La gran decisión de tomar Tucumán, de desobedecer a Rivadavia y quedarse a defender el Norte, porque si no nuestro país terminaría en Córdoba. Las victorias de Tucumán y Salta.

—Y llegamos al Congreso de Tucumán…

—Es muy interesante su presencia allí. Él es un invitado especial al Congreso. Acaba de volver de esa curiosa misión en Londres, muy disconforme con la actuación de Rivadavia y de (Manuel de) Sarratea, incluso denunciando algún tipo de corrupción de ambos. Como la persona inteligente y atenta que es, ve que en Europa no hay otra posibilidad de admisión de régimen político que la monarquía. Y dice, ya que vamos a coronar a un monarca, coronemos a un inca. Creo que lo hace con un afán meramente provocador porque es inviable lo que él propone. Particularmente por el candidato, que es Juan Bautista Túpac Amaru (*).

— Que estaba preso.

— Estaba preso en Ceuta. Yo creo que hay un afán provocador. Pero muchos congresales que han escrito memorias coinciden: ese discurso de Belgrano el 6 de julio fue muy determinante para que tres días después se proclamase la Independencia.

— ¿Por el cuadro de situación que les hizo Belgrano sobre Europa y el mundo en esa sesión a puertas cerradas?

— Sí, Belgrano decía que estaba todo monarquizado y proponía un rey inca, pero también pedía apurar la independencia. Estaba atento a su amigo San Martín que tenía mucho apuro porque le quedaba solamente enero y febrero para cruzar los Andes porque luego, en términos climáticos, se cerraba la cordillera. Por lo tanto, debía lograr que San Martín cruzara los Andes como general de un país independiente y no como un insurgente más de un Estado aún sin conformar. En el libro quiero mostrar además que Belgrano no era utópico. Él pensaba y a la vez decía cómo llevar adelante su idea. Cuando él proponía algo, un muelle o una fábrica de cáñamo, decía cuáles eran los recursos, humanos, económicos, de dónde salían, de qué impuesto. Se diferencia de un pensador puramente utópico, que tiene grandes ideas, pero que no se preocupa mucho por su concreción.

— ¿Podríamos decir que el mejor Belgrano es el que actuó en desobediencia a Buenos Aires?

— Sí.

— A la inversa, hay un momento oscuro hacia el final de su carrera, justamente por obedecer a Buenos Aires, ¿no? Lo que San Marín se había negado a hacer, él lo hace.

— Exactamente. Es la crítica que yo le hago en el libro y que lo diferencia de San Martín. San Martín se niega rotundamente a participar en la guerra civil, además le aconseja a Belgrano que no lo haga. Pero éste está enojado con los federales porque entiende que están desviando la atención de la guerra contra España y se mete en la guerra civil y le va muy mal. Igual, él no quiere seguir esa guerra.

— No tenía odio.

— No. Lo más curioso es que él coincide en el diagnóstico con los federales. En aquella famosa carta de 1812 a Rivadavia, le dice que el interior tiene toda la razón de estar descontento, que está desatendido, que odian a Buenos Aires por cómo los tratan, cómo los usan. Pero no está de acuerdo con el modelo federal y entiende que eso va a crear una anarquía.

—San Martín pensaba lo mismo.

— Claro, San Martin tampoco estaba de acuerdo con el modelo federal, pero entiende y les manda esas cartas a Artigas, a (Estanislao) López y a (Francisco) Ramírez para terminar de una vez por todas con esa guerra. Pero no se involucra. Además, San Martín es la causa eficiente para la caída del Directorio. Si él venía con su ejército (1820), el Directorio no caía. San Martín deja caer al Directorio, en cambio Belgrano termina preso de estas contradicciones y muy dramáticamente, capturado por los federales. No lo pueden engrillar porque está con un nivel de hidropesía tremendo. Lo arrestan, pero finalmente se compadecen y lo dejan venir a morir a Buenos Aires. Esa última etapa de su vida es muy triste. Pero lo humaniza también. Es una etapa muy compleja, que está en mi libro, que no es una apología, aunque me gusta destacar las cosas positivas en un país en el que nos cuesta reconocer las virtudes.

— Los que proponían la monarquía eran a la vez acérrimos defensores de la Independencia. O sea que el sistema de gobierno no definía necesariamente la independencia o no.

— Para nada. Hay dos ensayos de monarquía constitucional de Belgrano: el primero, en torno a la infanta Carlota [hermana de Fernando VII], y es tan progresista la Constitución que redactan (Juan José) Castelli y Belgrano que la infanta Carlota dice «no quiero ser la reina del Plata bajo esta Constitución». También es absolutamente progresista y moderna la Constitución que redactan para Francisco de Paula [hermano de Fernando VII]. O sea que la idea era una monarquía constitucional, con un primer ministro, el modelo inglés. Lo cual no habla de una posición antidemocrática. Y tampoco la República de Mitre será demasiado democrática ni representativa que digamos.

— Además hubo republicanos que quisieron poner al país bajo tutela…

— El ejemplo fue (Carlos de) Alvear. Un republicano que le quería entregar el país a Gran Bretaña. Y que le pasa al embajador español todos los secretos militares argentinos. O sea, cuidado con republicanos versus monárquicos. Son lecturas históricas muy apuradas.

—¿Comparte la tesis de que en 1815 hubo una primera declaración de Independencia por Artigas?

— Sí.

— ¿Cómo fue?

— Ahí tenemos un problema: no quedaron muchos documentos del Congreso de Arroyo de la China [Entre Ríos], de junio del 15. Hay testimonios, pero faltan documentos que atestigüen lo que se trató. Está parcialmente acreditada la existencia de ese Congreso. Sí se sabe de la voluntad de Artigas y de los contenidos de la declaración de independencia: república, federación, traslado de la capital y reparto de las rentas aduaneras; es el primer esbozo de un programa nacional, popular y federal en la Argentina.

—¿Se equivocó Artigas al no haber ido al Congreso de Tucumán?

— Sí. Pero entendamos el contexto. Cuando Artigas manda diputados en 1815, (el Director Supremo Ignacio) Álvarez Thomas, se los secuestra, meten presos a los diputados de Santa Fe y la Banda Oriental. Después invaden Santa Fe. En ese marco, Artigas dice cómo voy a mandar diputados. Ahora, lo que se le critica desde la propia historiografía artiguista uruguaya es que hubiera sido mucho más prudente e interesante para la historia de ambos países la presencia de un bloque importante de diputados –si sumamos Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, parte de Córdoba, Misiones, la Banda Oriental- con ese contenido tan innovador del artiguismo.

— Además, el de Tucumán fue un Congreso más volcado hacia el interior. Los porteños estaban en minoría.

— Absolutamente. Sí, coincido que fue un error no mandar diputados. Pero no es que Artigas fuese un malhumorado: les habían secuestrado a los diputados, le habían invadido la provincia. El Protectorado de los Pueblos Libres ocupaba en aquel momento la mitad del país, porque el país terminaba en Buenos Aires. El resto era territorio indio. Entonces, aunque ya es post facto, hubiera sido muy difícil con la presencia de semejante diputación artiguista autorizar la invasión portuguesa a la Banda Oriental como se hizo en las sesiones secretas después de la declaración de Independencia, por pedido de (Manuel) García. Es el lado B del Congreso, cuando empezamos a perder el Uruguay. Yo incluyo en mi libro esa carta de García que dice: «Vamos a terminar con el monstruo que es Artigas». Para terminar con el «monstruo», perdimos la Banda Oriental. Recordemos que Artigas jamás quiso la independencia del Uruguay. Incluso en su ostracismo en Paraguay consideró un error la creación del Estado uruguayo.

— Tal vez hubiera podido intentar un entendimiento con San Martín, que le había tendido la mano.

— Sí, San Martin le tendió la mano hasta por ahí… Él tenía un objetivo estratégico y desconfiaba mucho del modelo federal. Decía «me aterro cuando escucho la palabra federación». En esto coincide con Mariano Moreno, que decía que era «el más virtuoso de los sistemas, pero de difícil aplicación en un lugar tan desigual»; siguiendo a Jefferson, Madison y Adams, los padres fundadores de Estados Unidos, que decían que para la concreción del modelo federal era imprescindible la equivalencia de riqueza entre regiones. Si una región es muy rica y las demás pobres, la federación no se puede aplicar. Era el caso de Argentina.

— De hecho, el federalismo en la Argentina es de palabra.

— No somos un país federal, de ninguna manera. Ni siquiera en cosas menores como un noticiero de televisión. Se dice noticiero nacional y cuentan que está cortada la avenida Garay…, Noventa por ciento de las noticias son de Capital.

—San Martín, Belgrano y Güemes. ¿Puede decirse que fueron las tres figuras clave del Congreso, pese a que ninguno era diputado?

— Sí. Y la muñeca de Fray Cayetano Rodríguez, que «manijeó» muy bien la cosa cuando se discutió la forma de gobierno.

— Pateó la discusión para adelante.

— Sí. Pero sí son claves esos tres personajes. Primero porque coinciden en la estrategia de monarquía incaica, teniendo en cuenta, como militares que eran, y conociendo el Alto Perú, lo importante que hubiera sido para ganar voluntades. La reivindicación del imperio inca hubiera sido muy útil estratégicamente para esa región. Güemes y San Martín estuvieron muy presentes en ausencia. San Martín tuvo una espada notable en Tomás Godoy Cruz, un gran político. Y algo interesante que cuento en el libro es que San Martín presenta al Congreso de Tucumán el primer proyecto de protección de un producto nacional, el vino, a través de Godoy Cruz. Pero es rechazado por los diputados porteños con un argumento muy simpático que se repetirá en la historia argentina: que vamos a quedar aislados del mundo.

— El papel de Güemes, al proteger la frontera Norte, también es clave, porque es un Congreso en un contexto muy complicado militarmente.

— Un Congreso con toque de queda. El baile de festejo de la Independencia termina a las 10 de la noche por el toque de queda vigente en Tucumán. Estaban en zona de combate. El contexto no podía ser peor. Éramos la punta de lanza frente al imperio. Había caído México, había caído la gran Colombia, Bolívar está en el exilio preparando la contraofensiva y esperando la campaña de San Martín. Lo interesante del Congreso es el coraje de ese momento, la decisión. Eso es muy valioso.

— Pese a la Declaración de Independencia y la consagración de la fecha, ¿no ha hablado poco nuestra historiografía de este Congreso? Se dice que la Asamblea del año XIII fue revolucionaria, mientras que este Congreso fue conservador.

— Es una mirada muy liberal y porteñista porque, casualmente, el presidente de la Asamblea era Alvear. Este hombre al que, a pesar de todo, Mitre admira profundamente, y de hecho está en la historia argentina casi como un padre de la Patria. Hay que ver la avenida que tiene, el monumento, siendo uno de los más grandes traidores de nuestra historia. Un hombre que intentó matar a San Martin. Por otra parte, la Asamblea del año XIII es enunciativa. De sus declaraciones no se cumple ninguna. Ni siquiera la libertad de los esclavos, la libertad de vientre. Los hijos de esclavos siguen viviendo con sus padres esclavos en casas de sus amos; ¿cómo puede ser libre el hijo de dos esclavos en la casa de los amos? El propio Alvear, que fue presidente de la Asamblea, dos años después instaura una dictadura con censura de prensa, fusilamientos, destierros.

— El Congreso de Tucumán fue el que declaró la independencia y no la Asamblea.

— Claro, y el Congreso resuelve la declaración de independencia de toda dominación extranjera, gracias a la presión de San Martin y de Güemes. No creo que sea un Congreso conservador. ¿En qué se basan? ¿En lo de la monarquía? Proponer una monarquía incaica es algo muy progresista. Y se trataba de una monarquía constitucional, muy limitada, simbólica.

— Es llamativa la cantidad de sacerdotes en el Congreso. ¿Con qué tiene que ver?

— Muy poco militar, mucho abogado y mucho sacerdote. Es muy interesante esto último. Primero el año 16 es el año de la breve del papa Pío VII condenando a todos los católicos que se levantasen en armas contra Fernando VII. O sea que estos curas están en pecado. Hay que tomar esa decisión, ¿no? Estos sacerdotes eran tipos muy politizados. En general eran frailes, de vida conventual, de mucha lectura… Como fray Cayetano Rodríguez. Pero la impronta de estos curas no era para nada conservadora: están desobedeciendo una orden papal. También es interesante que un tipo como Belgrano, tan católico, desobedezca al Papa, porque la condena es absoluta, es una condena al infierno.

En síntesis, es un Congreso interesante, en el que hubo mucho debate de la forma de gobierno y planteos interesantes. Hay diputados interesantes, lo que pasa es que sabemos poco de ellos. ¿Qué nos han enseñado del Congreso? Es un hecho más. La nuestra es una independencia inconclusa en un punto: salimos de la dependencia española y pasamos a la dependencia inglesa. Entonces también la literatura ha hecho que este Congreso sea menos importante que el 25 de mayo, cosa que es muy curiosa. Como el 25 de mayo transcurrió en Buenos Aires, fijate la trascendencia que se la da. Pero si se recorre el país se ve que el interior recela del 25 de mayo, con justa razón, porque fue la apertura del comercio. Y se la sigue viendo como una revolución municipal. En cambio, la gran fecha para el interior del país es el 9 de Julio.

— Tal vez el déficit de la enseñanza de la historia sea que no se estudia mucho las fuentes. Se leen interpretaciones de terceros. No leemos a los protagonistas.

— Por eso en los libros trato de darles la voz, que la gente los conozca, porque lo otro son interpretaciones. Además, Mitre hizo unos recortes muy particulares de la figura de Belgrano. Y el suyo es el gran libro sobre Belgrano.

— Mitre es un canon del que muy pocos se salen.

— Se dice que Mitre escribió todo lo que se puede escribir de San Martín. Pero cuando uno se pone a buscar, hay omisiones enormes. Es canónico del liberalismo.

— Otra cosa que aflora ya en Tucumán en 1816 es cierto desprecio de los porteños por el interior. Como cuando se discute el tema del inca.

— Sí, como (Tomás de) Anchorena que dice: «¡Cómo vas a tener un rey en ojotas, de la casta de los chocolates!», confundiendo a los incas con los aztecas, porque el chocolate es mexicano. Total desprecio. O cuando, años después, escribe que a ese rey «lo tendrían que haber ido a buscar al mostrador de una chichería».

 

(*)Se trata del hermano de José Gabriel Condorcanqui o Túpac Amaru II, líder de una rebelión indígena a fines del siglo XVIII

 

Fuente: http://www.infobae.com

El día que Belgrano izó por primera vez la bandera

Es un hecho que a la distancia cobró cada vez más sentido e importancia en nuestra historia y sin embargo no se lo conoce con precisión. Una reconstrucción del camino recorrido por la «enseña que Belgrano nos legó»

Francois Casimir Carbonnier - Enciclopedia Historia Argentina 162

El 27 de febrero de 1812, a orillas del río Paraná, en el entonces pueblo de Rosario, Manuel Belgrano izó, por primera vez, la enseña albiceleste. La escena ha sido inmortalizada con un majestuoso monumento que se yergue junto al río, en las inmediaciones de donde tuvo lugar ese acontecimiento. La tradición oral de la zona nos informa que la insignia habría sido confeccionada por doña María Catalina Echevarría de Vidal e izada por Cosme Maciel.

Hemos escuchado muchas historias relacionadas con la creación de la bandera argentina y la institución de sus colores. Según una versión, sus orígenes se remontarían al mismo 25 de mayo de 1810, fecha en la cual Domingo French y Antonio Luis Beruti, con sus «chisperos», habrían repartido cintas celestes y blancas a los patriotas congregados en torno a la Plaza de la Victoria para identificarlos y exaltar los espíritus patrios.

También nos contaron que Manuel Belgrano creó la escarapela, con su formato actual, inspirado en el celeste del cielo y el blanco de las nubes; o bien en los colores del manto de la Virgen María, en su advocación de la Inmaculada Concepción, de quien era devoto; o bien inspirado en los colores del uniforme del Cuerpo de Patricios, el favorito del general, de cuyo regimiento Manuel era oficial.

Ahora bien, ¿qué hay de verdadero, documentado y verificable de todos estos relatos que hemos oído en nuestra niñez y adolescencia? Veremos que muy poco. En efecto, Juan Manuel Beruti (hermano del prócer), en sus Memorias curiosas, cuenta, en versión coincidente con la del marinero norteamericano Nathan Cook (presente en Buenos Aires en los días de mayo), que las cintas que repartían French y Beruti eran solamente blancas, el color tradicional de los Borbones. «[Significaban la unión entre los españoles americanos y europeos», como un manifiesto a la igualdad de trato y acceso al Gobierno que los americanos reclamaban durante la revolución, al igual que sus pares peninsulares, sin romper con el rey.

Las cintas celestes y blancas simbolizaban respectivamente la libertad y la unión

Las cintas celestes y blancas se repartieron recién más de un año después, durante 1811, y las utilizaban como divisa los partidarios de Mariano Moreno, que habían sido expulsados de la Junta Grande y se reagruparon en torno a la Sociedad Patriótica. Simbolizaban la unión (el color blanco mantenía el significado del año anterior) y la libertad (el celeste). Más tarde, estos lemas (unión y libertad) se consignaron en todas las monedas patrias acuñadas a partir de 1813 y podemos apreciar aún hoy esa leyenda en todas las monedas y los billetes argentinos.

Con respecto a la primera escarapela argentina, pinturas de la época muestran que era celeste en el centro, con sus bordes blancos (es decir, de formato diferente a la que conocemos hoy). Lo cual nos da un dato crucial para indagar el formato de la primera bandera patria, enarbolada por Belgrano en Rosario.

Algunos conjeturan que Belgrano habría elegido estos colores, porque eran los utilizados en las bandas que cruzaban sobre sus pechos los borbones españoles en las ceremonias oficiales y que él mismo había tenido la oportunidad de presenciar durante su permanencia en Madrid, años atrás. La finalidad de esta elección habría sido la de transmitir un mensaje subliminal de respeto y apego al cautivo rey Fernando VII y disimular así el ánimo independentista de la mayoría de los patriotas. Todos recordarán aquel famoso retrato de los miembros de la familia real española, por Francisco de Goya, luciendo bandas idénticas a las presidenciales argentinas, lo cual siempre nos generó curiosidad y nos parecía hasta una paradoja.

En lo que respecta al primer izamiento de la bandera en Rosario, tampoco hay constancias documentales. No sabemos a ciencia cierta si tuvo lugar el mismo 27, o antes de esa fecha, ni el lugar exacto (si fue en las barrancas o en la isla de enfrente, hoy desaparecida). Menos sabemos si fue jurada por las tropas.

Lo concreto y verificable es que Belgrano, como comandante de las tropas destacadas en Rosario, pidió al Primer Triunvirato, el 13 de febrero de 1812, que se instituyera una escarapela para identificar a las tropas patriotas, sin hablar de colores, a fin de evitar que los cuerpos, en un eventual enfrentamiento armado, se confundieran con los realistas. Ello porque en la época ambos contendientes utilizaban la cucarda encarnada (roja), clásica escarapela de los soldados españoles. Así fue que el Gobierno, cinco días después, accedió a lo peticionado por Belgrano y estableció la escarapela «blanca y azul celeste». Esta insignia se popularizó inmediatamente entre los patriotas y los soldados de la revolución. Belgrano llegó a transmitirle al Gobierno, muy entusiasmado, que sus soldados ya lucían esta distinción sobre sus uniformes.

«Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste(…): espero que sea de la aprobación de VE»

El 27 de febrero de 1812 -dos semanas después de su pedido de adopción de la escarapela-, Belgrano se dirigió nuevamente al Primer Triunvirato en estos términos: «Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional: espero que sea de la aprobación de Vuestra Excelencia». Observemos que en ningún momento el prócer señala qué formato tenía la bandera por él creada.

Tampoco dice que la enarboló, dónde, cuándo, ni si la hizo jurar. Es llamativo que diga «blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional» (adviértase el orden de los colores). Recordemos que la escarapela, en esa época, era blanca en sus bordes y celeste por dentro. Tampoco dijo que tuviera tres franjas, ni la correspondiente distribución de sus colores. Es claro que, si la hubiera creado con tres listones, así lo habría indicado al Triunvirato, a fin de que éste pudiera aprobar y replicar la insignia de su creación en los demás cuerpos patrios.

Ese mismo día, el Gobierno le ordenó a Belgrano hacerse cargo del Ejército del Norte, destino a donde éste partió a principios de marzo, sin tomar conocimiento de que el Triunvirato desaprobaría, luego, la creación de la enseña patria.

Ahora bien: ¿qué hizo Belgrano con la bandera de Rosario? ¿La dejó en la guarnición que custodiaba las barrancas del Paraná? ¿O se la llevó consigo a Jujuy? Las ordenanzas militares y la opinión de varios expertos en historia militar, sobre todo Juan Beverina, nos transmiten que las banderas no son de propiedad de los jefes de una unidad. Las insignias permanecen con esta, pese a los cambios de jefatura que se den en la fuerza.

Con lo cual, es muy poco probable que Belgrano hubiera llevado consigo esta bandera hacia su nuevo destino, en el norte. Es más factible que la haya dejado en Rosario, a fin de identificar a las baterías allí desplegadas, ya que para eso la había instituido, precisamente. El mismo general José de San Martín, cuando regresó del Perú, no volvió con la bandera de los Andes debajo del brazo, sino que ésta quedó con los cuerpos argentinos, hasta su retorno definitivo al suelo patrio.

Por ello, lo más probable es que la primera bandera creada por Belgrano haya permanecido en Rosario, hasta que llegó la comunicación de su supresión. Por consiguiente, no sería de extrañar que el nuevo comandante de la plaza, comandante Gregorio Perdriel, la haya retirado y tal vez destruido. Con lo cual, la bandera luego enarbolada, bendecida y jurada en Jujuy, el 25 de mayo de 1812, debió haber sido, necesariamente, otra distinta, pero pudo haber guardado similitud con la originaria, de Rosario.

Luego de la segunda reprimenda del Triunvirato, Belgrano guardó la bandera, pero después del triunfo de Tucumán, la volvió a enarbolar

Sabido es que, luego de la segunda reprimenda del Triunvirato, Belgrano guardó la bandera jurada en Jujuy y que después del triunfo de Tucumán (24 de septiembre de 1812), ya caído el Primer Triunvirato, la volvió a sacar a la luz. Así fue que presidió la ceremonia de juramento de lealtad a la Soberana Asamblea General Constituyente del Año XIII, a orillas río Pasaje y encabezó a nuestras tropas durante la gloriosa gesta de la batalla de Salta. Ambos acontecimientos tuvieron lugar durante el mes de febrero de 1813.

Ahora bien: ¿cómo era esa bandera originaria de Belgrano? La respuesta nos la da el propio Belgrano. En 1815, durante su estadía en Londres, y como se estilaba en la época, el general se hizo retratar, sentado, por el poco conocido pintor francés François-Casimir Carbonnier (discípulo de Jacques-Louis David, el retratista favorito de Napoleón), en un famoso cuadro, cuyo original se encuentra en el Museo Dámaso Arce de la ciudad de Olavarría. Detrás del cortinaje, a la derecha y abajo del prócer, se aprecia una escena de la batalla de Salta. Allí se observan las tropas patrias que portan diversas banderas de dos franjas horizontales: blanca la superior y celeste la inferior.

Ahora bien, no se entiende cómo un pintor francés, totalmente desconocedor de la historia y la situación argentina (país remoto e ignoto en esa época), pudo pintar una bandera de esa naturaleza, si no fuera que el propio Belgrano, que se la encargó y posó durante varios días para él, le haya dado indicaciones de cómo era la bandera por él enarbolada en Salta.

Existe un elemento más a considerar a favor de que la bandera originaria de Belgrano constaba de dos bandas horizontales: blanca la de arriba, celeste la de abajo. La bandera de los Andes, confeccionada a fines de 1816 en Mendoza, tenía igual diseño. Algunos piensan que, habiendo compartido el general San Martín casi tres meses (de enero a marzo de 1814) en Tucumán con el creador de la bandera, bien pudo éste haberle indicado el formato originario de la enseña de su creación, o pudo haberla visto San Martín flameando entre las escuálidas filas del Ejército del Norte. Parece que el Libertador quiso homenajear al creador de la bandera, enarbolando en su victorioso Ejército de los Andes una insignia que mantenía el mismo formato de la que había sido originariamente concebida por éste.

 

Fuente: http://www.infobae.com