Cinco «detalles» olvidados del Congreso de Tucumán

345 Vistas

Una sesión secreta con chicanas, un diputado al que Borges le dedicó un poema, una noticia celebrada seis días después… Son otras tantas circunstancias que ayudan a entender los desafíos de aquella etapa fundacional de nuestra historia

Por Claudia Peiró

Los diputados juran la Independencia en el Congreso de Tucumán
  1. El desafío de llegar a Tucumán… en carreta

El primer logro de este Congreso fue reunirse, cuando todo conspiraba en contra. El enfrentamiento ya abierto entre Buenos Aires y las provincias del litoral agrupadas en la Liga de los Pueblos Libres encabezados por Artigas, la amenaza externa, la monarquía restaurada en España quería recuperar sus dominios, y el aislamiento de las Provincias Unidas en un continente en el que casi todas las revoluciones independentistas habían sido aplastadas componían un marco muy adverso para un Congreso que se reunía con el mandato de declarar la Independencia, constituir una Nación y dotarla de una Constitución y una forma de gobierno.

Por si esto no bastara, se sumaba la enorme dificultad de salvar las grandes distancias que separaban a las provincias de Tucumán.

La precariedad de los caminos, y de los transportes, volvía azaroso cualquier viaje. El principal medio de locomoción era la carreta, de madera y cuero, tirada por seis bueyes en yunta. A razón de 3 kilómetros por hora, en una jornada de doce horas se recorrían de 30 a 35 kilómetros por día. Ello implicaba, para los congresales de las Provincias Unidas que debían participar del Congreso, viajes de semanas y hasta meses. Considerando por ejemplo que la distancia entre Buenos Aires y Tucumán es de 1400 kilómetros, el viaje duraba dos meses. Siempre que no lloviese y se anegaran los caminos…

La carreta era el principal medio de transporte. Tirada por bueyes, avanzaba a razón de 3 km por hora. Los viajes duraban semanas o meses

2. ¿Cuándo se enteraron en Buenos Aires?

Acostumbrados como estamos a la instantaneidad de las comunicaciones, quizás no nos preguntamos cuándo se enteraron en Buenos Aires de que el Congreso había declarado la independencia.

En este caso, la noticia no viajó en carreta: la importancia y la urgencia del caso imponían el uso de los llamados «revienta-caballos», jinetes que galopaban entre 10 y 12 horas por día, a 30 kilómetros por hora.

En seis días, copias de la Declaración de la Independencia llegaron a Buenos Aires. Era el 15 de julio por la noche. Al día siguiente, 16 de julio, sonaron 3 salvas de artillería, a las 7, a las 12 y a las 10 de la noche. Además, hubo fiestas, bailes, disparos al aire…

El acta fue publicada en castellano, en quechua y en aymara

El Congreso imprimió 3000 copias de la Declaración para distribuirlas por los cuatro rincones del vasto territorio de las Provincias Unidas. Hubo 1000 ejemplares en quechua y 500 en aymara.

3. Un cordobés, héroe semi anónimo e indirecto del Congreso

En 1815 la provincia de Córdoba, hasta entonces más bien ajena a las convulsiones internas, se suma a la ola artiguista y decide ponerle los puntos sobre las íes a Buenos Aires. Con respaldo de José Gervasio Artigas, los cordobeses fuerzan la renuncia del gobernador designado a dedo por los porteños y elige al primer gobernador propio: José Javier Díaz, un coronel y hacendado de buen pasar, dueño de la estancia Santa Catalina que había pertenecido a los jesuitas y que su familia había adquirido luego de la expulsión de la orden.

En el impulso autonomista, La Rioja, hasta entonces unida a la jurisdicción de Córdoba, se separa y se constituye en provincia.

Aunque Díaz estaba alineado con la Liga de los Pueblos Libres (Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, la Banda Oriental) liderada por Artigas, trata de mantenerse equidistante entre ésta y Buenos Aires, declara que sólo reconoce como soberano al futuro Congreso e incluso busca ocupar un papel de mediador. Cuando el caudillo oriental, convencido de que el futuro Congreso será hegemonizado por Buenos Aires, decide no participar, Díaz intenta convencerlo de que asista.

Pese a integrar la Liga Federal, Córdoba envió representantes al Congreso de Tucumán

No lo logra, pero dispone de todos modos que Córdoba envíe diputados a Tucumán. La presencia de esta provincia, central por su ubicación y por su importancia, contribuyó grandemente a legitimar el Congreso.

En palabras del historiador Gabriel Di Meglio, que rescata la figura de Díaz en su libro 1816. La trama de la Independencia (Planeta, 2016), «la decisión del gobierno de Córdoba fue crucial: al enviar a sus representantes al Congreso, garantizó que éste pudiera funcionar».

4.Chicanas en una sesión secreta

Últimamente, se ha empezado a rescatar un tema que, pese a su importancia en el Congreso de Tucumán, fue deliberadamente olvidado: el monarquismo. El mitrismo estigmatizó estos debates como extravíos de nuestros dos grandes próceres, Belgrano y San Martín, y pasaron a ser tema vedado.

Ese tabú se ha levantado y hoy se entiende que el monarquismo fue una opción para evitar el temido aislamiento internacional en momentos en que la restauración monárquica estaba en su apogeo en Europa. La monarquía, por otra parte, no implicaba renunciar a la independencia; consideremos que ésta fue declarada precisamente por un Congreso en el cual la mayor parte de los diputados aceptaba la idea de adoptar un régimen de monarquía constitucional.

Lo que no es tan conocido es el tenor de algunas reacciones, en especial porteñas, ante la propuesta de coronar a un Inca.

La propuesta de coronar a un Inca despertó violentas reacciones entre los políticos porteños

Fue el 6 de julio de 1816. Los diputados querían que Manuel Belgrano, recién llegado de Europa, les hiciera un «briefing» de la situación. Tener un informe de primera mano sobre acontecimientos de los que dependía el futuro de la región era algo invalorable, sobre todo para quienes debían decidir si quemaban o no las naves rompiendo definitivamente con la Corona.

El Creador de la Bandera regresaba de Europa y viajó al norte para reasumir la jefatura del Ejército. Su presencia en Tucumán tendría un impacto decisivo. Los diputados lo esperaban ansiosos para que los ilustrara sobre la situación europea.

Fue en esa sesión que Belgrano expuso también su idea de una monarquía «temperada» con un Rey Inca a la cabeza.

La sesión fue secreta, lo que simplemente quiere decir que no hubo público. Irónicamente, se han preservado las actas de las sesiones secretas del Congreso, no así las públicas, que se han perdido, pero cuyo contenido se conoce de todos modos porque se iban publicando en el periódico «El Redactor».

«Lo novedoso, lo atrevido, lo osado, por parte del general del Ejército del Norte, es que él proponía, para estar al frente de esa monarquía, a un Inca, y además, lo curioso y quizás tan importante como el rey inca, era que la Capital iba a estar en Cuzco», dice el historiador Claudio Chaves, en un artículo sobre la sesión secreta.

¿Y cómo reaccionaron los diputados ante esta propuesta? Como es sabido, desde afuera del Congreso, dos figuras de gran protagonismo en los acontecimientos del momento, Martín Miguel de Güemes y José de San Martín, respaldaron la idea de Belgrano. La alternativa monárquica era vista como una forma de que Europa tomara con mejor predisposición la declaración de Independencia al ver que la nueva Nación adoptaba la forma de gobierno imperante en el Viejo Continente. Pensemos que la república había retrocedido en todo el mundo, excepto en los Estados Unidos.

Pero entre los diputados porteños hubo reacciones muy críticas, casi violentas, y muchas chicanas. Los comentarios dejaban incluso traslucir el legendario desprecio del puerto hacia el interior. Y no sólo los representantes, también políticos porteños que no estaban en el Congreso reaccionaron despectivamente. «Rey de pata sucia, rey en ojotas», fue el comentario de Manuel Dorrego que, como se sabe, era bastante bocón. Años más tarde, Tomás de Anchorena, diputado por Buenos Aires, recordando el Congreso, escribió: «Estuvimos a punto de tener un rey color chocolate que para llevarlo al trono había que sacarlo ebrio de alguna chichería»…

 

5.  El diputado al que Borges le dedicó un poema

Desde siempre, Borges admiró el coraje y la entrega ajena, y eso lo llevó a escrutar en su árbol genealógico todas las proezas y las muertes gloriosas posibles para exaltarlas a través de su poesía, quizás con la secreta envidia de no haberlas podido encarnar él.

En esta búsqueda dio con Francisco Narciso Laprida quien, además de quedar inmortalizado en nuestra historia por presidir la sesión fundacional del 9 de julio en la cual se declaró la independencia nacional, era su antepasado.

Laprida cae en 1929 víctima de la guerra civil: atrapado por los federales luego de la batalla del Pilar, fue asesinado en circunstancias no del todo aclaradas. Aparentemente fue acuchillado luego de una persecución a caballo.

En el poema de Borges, Laprida dice antes de morir: «Yo que anhelé ser un nombre de sentencias, de libros, de dictámenes, a cielo abierto yaceré entre ciénagas, pero me endiosa el pecho inexplicable un júbilo secreto, al fin me encuentro con mi destino sudamericano».

Poema conjetural

 

Zumban las balas en la tarde última. 
Hay viento y hay cenizas en el viento, 
se dispersan el día y la batalla 
deforme, y la victoria es de los otros. 
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen. 
Yo, que estudié las leyes y los cánones, 
yo, Francisco Narciso de Laprida, 
cuya voz declaró la independencia 
de estas crueles provincias, derrotado, 
de sangre y de sudor manchado el rostro, 
sin esperanza ni temor, perdido, 
huyó hacia el Sur por arrabales últimos. 
Como aquel capitán del Purgatorio 
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano, 
fue cegado y tumbado por la muerte 
donde un oscuro río pierde el nombre, 
así habré de caer. Hoy es el término. 
La noche lateral de los pantanos 
me acecha y me demora. Oigo los cascos 
de mi caliente muerte que me busca 
con jinetes, con belfos y con lanzas. 
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre 
de sentencias, de libros, de dictámenes 
a cielo abierto yaceré entre ciénagas; 
pero me endiosa el pecho inexplicable 
un júbilo secreto. Al fin me encuentro 
con mi destino sudamericano. 
A esta ruinosa tarde me llevaba 
el laberinto múltiple de pasos 
que mis días tejieron desde un día 
de la niñez. Al fin he descubierto 
la recóndita clave de mis años, 
la suerte de Francisco de Laprida, 
la letra que faltaba, la perfecta 
forma que supo Dios desde el principio. 
En el espejo de esta noche alcanzo 
mi insospechado rostro eterno. El círculo 
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.

Pisan mis pies la sombra de las lanzas 
que me buscan. Las befas de mi muerte, 
los jinetes, las crines, los caballos, 
se ciernen sobre mí… Ya el primer golpe, 
ya el duro hierro que me raja el pecho, 
el íntimo cuchillo en la garganta.