Historia desconocida de uno de “nuestros” precursores – Ángel María Zuloaga

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El Ministro de Defensa del Gobierno del General Juan Carlos Onganía, Dr. José Rafael Cáceres Monié, no se cansaba de contar la siguiente historia, que el autor de la presente narración tuvo la suerte de escuchar de sus labios más de una vez:

>>> | Cuando, en 1969, los primeros seres humanos que pisaron la luna llegaron a la Argentina, cumpliendo una gira triunfal alrededor del mundo para ser aclamados y agasajados, Cáceres Monié fue el encargado de recibirlos y no apartarse de ellos durante las ceremonias, ya que él hablaba perfectamente inglés y los americanos ni una palabra de español.

Durante una recepción en la Cancillería, frente a la Plaza San Martin, Cáceres Monié se encontraba de pie junto a Neil Armstrong, Michael Collins y Edward «Buzz» Aldrin, flanqueados por un lado por la bandera argentina y por el otro por la norteamericana. Entre saludo y saludo Armstrong se acercaba al oído de Cáceres Monié y le preguntaba con gesto de preocupación: «Ud. cree que esto va a finalizar rápido?». «Pero porqué», preguntaba Cáceres Monié extrañado, a lo que Collins, en la oreja opuesta de Cáceres Monié susurraba: «Es que nosotros vinimos a la Argentina solo para ver al «Loco» y sabemos que a las 8 de la noche se retira a dormir” …»y nosotros partimos de Ezeiza mañana a las 7 horas!!!». Neil Armstrong aturdió al Ministro de Defensa con este reclamo, porque él quería ir a ver a su héroe, su único héroe de la infancia, al «Loco».

Solo el ancho de la Plaza San Martin separaba a la Cancillería del humilde departamento del séptimo piso del edificio de Florida y Avenida Santa Fe. Un departamento en el cuál, en ese momento un viejito muy débil, frágil y bajito, les pasaba una franela a sus libros en la biblioteca, un plumero a esa artesanía en madera tan amada por él que representaba a Ícaro, y pulía orgulloso con una virulana, una plaqueta de bronce que su amigo, Belisario Roldán, le había regalado en el año 1916 y que decía: «Yo tengo una cosa aguda que decirles a los astros: ya no son ellos los únicos que han visto a los Andes desde arriba».

Y es que ese viejito, a los 31 años junto a su inseparable compañero Eduardo Bradley, realizó la mayor proeza hasta ese momento: por primera vez cruzaron, con su globo remendado «Eduardo Newbery», las aterradoras montañas de Los Andes por encima de los agudos picos nevados, en su trayecto desde Santiago de Chile hacia Mendoza. Soportaron temperaturas de 33° bajo cero, pero el globo no terminaba de subir, se estabilizó a los 6.500 metros y sus tripulantes perciben que van a estrellarse contra el Aconcagua o contra el Tupungato.
Había que desprenderse de todo el peso posible. Arrojaron las bolsas de arena y nada. Lanzaron las bolsas con comida. Nada aún. Tiraron por la barquilla los revólveres y las municiones. Las paredes de rocas seguían acercándose para colisionar de lleno contra ellos. Nada aún. Con todo dolor se desprendieron de todos sus instrumentos científicos, catalejos, relojes y anclas.

En un último intento, se desprendieron de su ropa de abrigo pesada y luego de la liviana. Cuando ya estaban por quitarse los calzones y las camisetas y desprender la barquilla, para solo quedar atados a las cuerdas del globo, una proverbial corriente de aire los levantó y pasaron a escasos 6 metros por encima del Aconcagua. Pocos minutos más tarde vieron los valles mendocinos y rompen a llorar como chicos, a pesar que el porrazo del descenso fue memorable, aunque ellos sólo sufrieron rasguños. Quedaron al borde de un abismo, tambaleando como la piedra movediza, pero unos paisanos los salvaron.

Esa misma tarde. en Mendoza, aproximadamente unas 2000 personas los llevaron en andas. Dos días más tarde, en Buenos Aires irian en andas sobre casi 40.000 personas.

A ese viejito, los franceses lo llamaron «Capitán Soulage», ya que colaboró anónimamente con la aviación militar francesa durante la Primera Guerra Mundial, produciendo múltiples derribos a los alemanes. Era público y sabido que Manfred von Richthofen, el famoso Barón Rojo, siempre buscó por los cielos al «único halcón que vuela como yo», para dirimir talentos, aunque nunca se encontraron.

Ese viejito fue galardonado como «Caballero de la Legión de Honor de Francia» y como «Comendador de los Cielos del Imperio Británico», amén de otras múltiples condecoraciones recibidas en muchos lugares del mundo.

El viejito que creó la Fuerza Aérea Argentina, estaba limpiando todo para que su hogar luciera impecable para recibir a tamaños visitantes, aunque, en su enorme humildad, no entendía mucho porqué querían conocerlo.

Se estaba por ir a dormir cuando, a las 8 en punto de la noche, tocaron el portero eléctrico. Escuchó como su hija Esther hablaba en perfecto inglés con los visitantes y luego de la subida por el ascensor, les abrió la puerta.

Zuloaga los saludó con una franca sonrisa. Collins casi no pudo emitir palabra durante los 45 minutos que duró la reunión. «Buzz» Aldrin le formuló todas las preguntas que su compañero no podía hacer, mientras le sacaba foto tras foto. El gigante, duro y ya legendario Neil Armstrong, Comandante de la Apolo XI, no parara de llorar como un chico. Proveniente del país de Superman, Batman y otros cuántos héroes más de ficción, él estaba en ese momento ante el único superhéroe de su infancia, cuyas historias lo habían llevado a apasionarse por la aviación y ser el primer hombre en pisar suelo lunar. Simplemente estaba ante Ángel María Zuloaga, el «Loco», y fue el día más feliz de su vida.

PD: Los legendarios astronautas quisieron llevarse un recuerdo de Zuloaga, cualquier cosa. Y al «Loco Zuloaga» no se le ocurrió otra cosa que ir a la cocina a lavar los platitos, las cucharitas y los pocillos que tenían impreso el escudo de su viejo globo «Eduardo Newbery», los mismos pocillos con los que hasta unos minutos había compartido un cafe con los imprevistos visitantes.

Quien concurre hoy al Museo de la NASA, en Cabo Cañaveral, bajo increíbles artefactos y rodeado de objetos que representan epopeyas, en una vitrina y bajo una campana de cristal, se encuentran expuestos para la admiración del público, el juego de tres pocillos con sus respectivos platitos y cucharas utilizados en aquella pequeña velada. El cuarto pocillo con su cuchara y platito, el utilizado por Ángel María Zuloaga, sigue estando aún hoy expuesto en el hogar del ya fallecido «Capitán del Espacio» Neil Armstrong, en la que el astronauta llamaba su habitación de trofeos.

 

Fuente: www.facebook.comOtros artículos de interés…
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