Por Profesor Ignacio GELONCH
“Soy piedra del Calicanto,
agüita de la Cañada,
a mí me asustó el fantasma de la famosa Pelada…. “
Del cabeza Colorada, Chango Rodríguez.
Pocos elementos tan representativos de Córdoba hay, en las imágenes sobre nuestra ciudad, como lo es la Cañada. Su serpenteante recorrido, sus puentes de piedra, la arboleda que la cubre…. Su presencia no sólo parece adornar el paisaje céntrico, sino que a pesar de “romper” el damero con sus curvas, está perfectamente integrada al tránsito y la urbanización.
Pero eso, como todo, no siempre fue así…., y tiene una historia, que hoy recordaremos brevemente.
Sabido es que nuestra Ciudad fue fundada al margen del Río Suquía, tal como indicaban las leyes cuando se trataba de elegir el emplazamiento de un “pueblo de españoles”. También sabemos que el arroyo que, naciendo en la Lagunilla, atraviesa la ciudad hasta unirse al mencionado río, es un cauce de agua natural, que se nutre de las lluvias que caen sobre las Sierras Chicas.
Lo que tal vez no recordemos tan seguido, es el dolor de cabeza que, durante buena parte de los cuatro siglos de edad que tiene Córdoba, implicó para sus habitantes el desborde de las aguas provocado por la intensidad de las lluvias (…y por haber levantado una ciudad en una depresión tan bien regada…).
Las inundaciones en Córdoba han sido cosa seria, y hasta hace poco eran mucho más que un mal recuerdo. Actualmente, las obras sobre el Río Suquía completaron lo que fue el encauzamiento de la Cañada, por lo que en caso de extremos aguaceros sólo hay que lamentar la inutilización de la avenida Costanera o de los puentes como el Sagrada Familia y luego tener que rescatar algún que otro automóvil arrastrado por la corriente… Los cordobeses lejos estamos de sufrir, como nuestros conciudadanos de 1890, la muerte de unas 200 personas por una crecida del arroyo la Cañada, por ejemplo.
Primero, el Calicanto
Es que ese manso hilo de agua, que normalmente apenas nos permitiría chapotear casi sin mojarnos, puede crecer mucho con ciertas lluvias. Cuando lo primitivos pobladores vieron que no podían vivir a merced de lo que deparara el clima en materia de inundaciones, decidieron solucionar el problema. Así, en 1671, el Gobernador Ángel de Peredo encargó a Andrés Gutiérrez de Lorca la construcción de un muro de contención, que frenara el desborde del agua y protegiera los edificios y las casas de esa primitiva Córdoba colonial…. Así, utilizando una técnica que los Jesuitas emplearon habitualmente para sus edificaciones en la región, se utilizaron piedras del río (cantos) unidos con cal (otro producto de la zona), para crear el Calicanto, es decir, una muralla de baja altura, pero de sólida consistencia, que permitiera frenar las crecidas.
Dicen que en su construcción participaron numerosos esclavos y aborígenes, lo cual al parecer no los favoreció a la hora de disfrutar de la protección que podía brindar dicha obra de ingeniería. Ocurre que el Calicanto no sólo marcaba un límite a las aguas, sino que se convirtió en un elemento divisorio para sectorizar la constante urbanización. El Calicanto protegía lo que era la ciudad en sí: sus Iglesias y Conventos, el Colegio Mayor, el Cabildo y los solares de los principales vecinos. Pero del otro lado, expuesto a las inundaciones originadas por el arroyo, quedaban el suburbio que luego sería conocido como “El Abrojal”, hoy Barrio Güemes. Por otra parte, el Calicanto se transformó en una zona peligrosa, insegura, adonde a uno le podía pasar algo malo si se atrevía a transitar de noche. Y la decisión de los magistrados cordobeses de utilizar el Calicanto como lugar para realizar las ejecuciones de pena capital, tampoco contribuyó a darle buena fama. En El Abrojal, y hasta hace pocas décadas, todavía podían escucharse historias y cuentos referidos a almas en pena y espíritus de los pobres condenados a muerte en los tiempos del Calicanto. Tal vez, ese fuera el origen de “la Pelada de la Cañada”, el fantasma de una mujer calva que aterrorizaba a los parroquianos que tenían el coraje de caminar de noche por la zona…..·
La Cañada
A pesar del Calicanto, como ya dijimos, una terrible crecida del arroyo costó la vida a más de 200 cordobeses, en 1890. Algo similar, de acuerdo a los registros históricos, ocurrió en 1939. Fue ahí, entonces, cuando se decidió encauzar definitivamente el arroyo, para dar solución al problema crónico de las inundaciones.
En 1944, el Presidente de facto, General Edelmiro Farrell colocó la piedra basal de lo que sería la obra de encauzamiento de La Cañada, comenzando la construcción de lo que hoy es un hermoso paseo. El cauce profundo, los sólidos muros, los puentes en arco de una obra de cerca de tres kilómetros hacen parecer casi insignificantes al hilo de agua que vemos al asomarnos sobre la piedra. Ya nadie se preocupa de cómo crece cuando llueve, y la Cañada es motivo de orgullo y no de temor.
Mejor así, y que el Calicanto siga siendo un pintoresco detalle en las letras que heredamos del gran poeta y cantor de nuestro folclore:
“Y divisé tu rancho a orillas del camino
a donde los jazmines tejieron un altar
al pie del Calicanto la luna cuando pasa
peinó mi serenata la cresta del sauzal.”
Luna Cautiva, Chango Rodríguez.