San Martín y el espionaje: de los Andes a la KGB

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Por Diego Ignacio SARCONA (*)


La guerra de zapa fue una larga «previa» de la campaña de Chile, minuciosamente planificada por el Libertador para dispersar al enemigo y llevarlo allí donde él quería librar la batalla.

Sería aventurado afirmar que la actividad de espionaje en el Río de la Plata, vinculada a la guerra de la emancipación, comenzó con la utilización de agentes secretos por parte de José de San Martín. Dejaríamos injustamente en el olvido la tarea de muchos hombres y mujeres, como las altoperuanas que cumplieron noblemente esta labor al servicio de la Revolución. Pero no es menos cierto que la utilización de estos y de otros recursos propios de la guerra psicológica fue el principal modus operandi en las campañas de San Martín. Ardides, espías y agentes dobles, inducción a engaño y a impresiones erradas sobre el número de tropas y pertrechos, y hasta el de tinta simpática (invisible) como lo atestigua el envío de una remesa desde Buenos Aires, eran actividades cotidianas que planeaba en su gabinete y que completaban su calidad de gran soldado en el campo de batalla y hábil diseñador de tácticas en la mesa de mapas.

 La contra-inteligencia le aseguraba la victoria y le permitía economizar el recurso que San Martín consideraba más valioso: la vida humana.

A través de estos recursos, el Libertador obtenía cabal idea de los planes realistas, de sus movimientos e intenciones y, así, aseguraba la victoria de sus armas, economizando al mismo tiempo el recurso que consideraba el más valioso de todos: la vida humana. El canje de prisioneros, a diferencia de la cruenta práctica de Simón Bolívar de amontonarlos en hileras y ensartarlos con la lanza para ahorrar municiones y para diversión de sus soldados; la remisión de víveres a los heridos del otro campo en plena tregua –»sólo en el campo de batalla los soldados son mis enemigos», decía-; la modificación del régimen carcelario, suprimiendo la pena de muerte; el trato digno a los prisioneros, entre otros gestos, son muestras de la humanización de la guerra que siempre practicó.

En esta línea de pensamiento, la red de espías que San Martín utilizó fue una de las herramientas más importantes, de tanta utilidad y de resultados tan fructíferos en Mendoza, Chile y Perú que, de esta guerra previa -«guerra de zapa», como la llamaba- dependió en gran medida el éxito militar posterior.

Y, por su magnitud y resultados, sin dudas el cruce de la Cordillera de los Andes fue el engaño mejor pergeñado por San Martín y sus colaboradores. Esta gran artimaña fue concebida por seis rutas distintas y tuvo por finalidad principal confundir a Francisco Casimiro Marcó del Pont, autoridad realista en Chile, e inducirlo a dispersar sus efectivos a lo largo de estos seis puntos posibles de ataque, debilitando así su línea defensiva. Cuando los españoles advirtieron que el grueso del ejército atravesaba los Andes por Los Patos y Uspallata, convergiendo en el valle del Aconcagua, fue tarde y de esto dependió la victoria de Chacabuco y la llegada a Santiago.

Esta estrategia fue completada por una certera obra de espionaje diseñada por el mismo San Martín, que se concretó a través de la tarea de decenas de espías en Mendoza y en Chile. Los nombres desfilan, aunque algo olvidados en la memoria colectiva: Rodríguez, Solar, Picarte, Guzmán, Neiria y tantos otros. Los hechos de algunos trascendieron más. Con la excusa de hacer conocer a las autoridades españolas allende la cordillera, la declaración de nuestra Independencia y con la encubierta finalidad de reconocer la ruta del cruce y tomar nota de cada detalle de movimientos y cantidad de enemigos, se envió al ingeniero, cartógrafo y ayudante de campo de San Martín, José Antonio Álvarez Condarco por el paso más largo: Los Patos. Este llegó a Santiago apresado por los realistas guardando en su memoria cada detalle de lo que veía y, salvado de la muerte, fue remitido por Uspallata, paso más corto y ruta habitual de regreso. Misión cumplida: Álvarez Condarco elaboraría un detallado croquis de la ruta que tomaría el ejército incluyendo aguadas, zonas de aprovisionamiento y descanso, efectivos enemigos, pertrechos, etc.

Para desconcertar aún más a Marcó del Pont, San Martín conferenció con los indios araucanos, sabedor de su cercanía a los realistas de Chile y les dijo que los europeos los atacarían y llevarían a sus mujeres. Por esto él realizaría un monumental ataque por el sur de la provincia de Mendoza para acabarlos y, en consecuencia, necesitaría el permiso para atravesar sus dominios. La trampa dio resultado ya que los indígenas fueron a contar a Marcó los engañosos planes de invasión, determinando a éste a movilizar mayores recursos hacia esa zona desguarneciendo las dos rutas centrales.

A los espías españoles que eran descubiertos San Martín los «daba vuelta», convirtiéndolos en agentes dobles, a riesgo de sus vidas. Al cura español Francisco López, por ejemplo, al que le encontraron informes destinados a los realistas, cocidos en el forro de sus hábitos, le perdonó la vida a cambio de que despachase a Chile informes contradictorios dictados por el propio Libertador y firmados por el sacerdote, que «religiosamente» se presentaba cada semana en el despacho del Gobernador de Cuyo para recoger las informaciones falsas que debía enviar a Chile.

Fue, pues, San Martín adicto a estas prácticas que expresan una característica particular y quizás poco conocida de su personalidad. Gracias al testimonio de María Graham en Chile, es que sabemos que el propio general supo ser, muchas veces, espía él también. Cuenta esta autora de libros de viajes, viuda de un marino inglés, que el Protector del Perú estaba inmensamente preocupado por el bienestar del pueblo limeño y que, al igual que el califa Harun Al Raschid, Caracalla en Roma o como el Enrique V según Shakespeare, colgaba su uniforme y se vestía de paisano para pasar inadvertido y, solo, pasear por los corrillos, las plazas y las tabernas de Lima para conocer la opinión de la gente con la que hablaba sin revelar su identidad.

A su llegada a Europa, al inicio de su largo exilio, el espiado será él. Las autoridades monárquicas, alertadas por la llegada de americanos que habían colaborado en los movimientos de emancipación de corte liberal y considerados por lo tanto rebeldes, temieron por la presencia de un protagonista de primer orden en la independencia hispanoamericana. Una España muy susceptible no permitirá jamás que pise su territorio. En Bélgica primero y en Francia después, será minuciosa y celosamente merodeado por las autoridades absolutistas. Su primer desembarcado en el puerto francés de El Havre, resultó sospechoso y alarmante motivando a los agentes aduaneros locales a confiscar gran parte de su equipaje, principalmente los paquetes de diarios porteños como El Argos, El Avisador y El Republicano por su «exaltado sentimiento republicano». Su correspondencia será groseramente abierta por la policía prusiana y francesa y por ello debió pedirles a quienes le escribían que omitieran colocar en el lugar del destinatario alusiones a su cargo militar u otra jerarquía. Esta vigilancia lo llevó a utilizar el apellido materno Matorras o el nombre falso de Joseph Marcelis. Esta implacable labor de espionaje llegó al insólito desperdicio de tiempo y esfuerzo por haberlo confundido durante dos años con un homónimo.

Hace algunos años salió a la luz una noticia sorprendente. La ex KGB rusa, una de las agencias de espionaje más intrigantes y poderosas del mundo, ¿podría aportar datos relativos al Libertador de Sudamérica? Luego de la Segunda Guerra Mundial, las tropas rusas llevaron a Moscú archivos que los alemanes habían incautado durante la ocupación de Bélgica. Estos archivos fueron desclasificados, se encuentran en proceso de microfilmado en la Universidad Libre de Bruselas, y de ellos surge un nombre que ha sorprendido a todos: José de San Martín…

 (*) El autor es abogado e investigador

Fuente: http://www.infobae.com

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