La República Argentina y la Segunda Guerra Mundial: mitos y realidades

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La época de la Segunda Guerra Mundial es una de las más interesantes y conflictivas de la historia argentina. Las décadas de 1930 y 1940 constituyen un momento crucial en lo político y en lo económico, y en la vinculación del país con el mundo, lo que ha sido reconocido por la mayoría de los autores que las han estudiado. Sin embargo, un aspecto no fue suficientemente analizado: el rol que jugaron las percepciones, las imágenes, las visiones de esos años en los mismos protagonistas, pero sobre todo en las generaciones que les sucedieron tanto en la Argentina como en el exterior. Esas percepciones tuvieron más fuerza que los hechos para explicar la realidad de la época y contribuyeron a conformar las visiones tradicionales que durante mucho tiempo aparecieron incontestadas, incluso en el ámbito académico[1]

La primera visión tradicional es la que atribuye los males de la Argentina a esos años. El fin del modelo agroexportador y del medio siglo de políticas liberales y el comienzo del proceso de industrialización por sustitución de importaciones y de una política económica fuertemente intervencionista, que se inicia con los gobiernos conservadores de los años ’30 y continúa con el peronismo, son considerados como puntos de inflexión en la curva del desarrollo económico y social del país[2]. Estos factores lo habrían llevado a mediano plazo a la pérdida de posiciones a nivel mundial y a la profunda crisis de las últimas décadas. Desde el punto de vista político, la quiebra del sistema institucional por el golpe de Estado de 1930 y, luego, la vigencia de ideas nacionalistas y autoritarias, que se tradujeron en nuevos golpes de Estado, confirman la visión anterior.

Una segunda visión tradicional se refiere concretamente al período de la Segunda Guerra Mundial. Según ella, la Argentina, que se mantuvo neutral durante gran parte del conflicto, adoptó una actitud crecientemente nacionalista, fue poco cooperativa con los países aliados e incluso se trabó con los JE.UU. en una lucha sin sentido, mostró fuertes simpatías por la Alemania nazi permitiendo el accionar de los medios de espionaje del Eje en el país y, hacia el fin de la contienda, aceptó la presencia de refugiados y criminales de guerra nazis. Finalmente, habría caído en manos de un régimen fascista vernáculo que desperdició los primeros 10 años de la posguerra, los de mayor crecimiento económico y social en Occidente en lo que va del siglo[3].

Según este punto de vista, el relativo ostracismo internacional de la Argentina, al menos hasta la década de 1960, y la fuerte antipatía generada por su conducta durante la guerra resultaron un «castigo merecido». Esta visión no diferencia sustancialmente las percepciones y actitudes de los dos principales aliados democráticos durante la guerra, Estados Unidos y Gran Bretaña, y entiende que sus políticas hacia el gobierno de Buenos Aires en ese período fueron similares, consideraciones que se extienden a los dos primeros períodos presidenciales de Perón. El hecho de que después de la caída de éste el país experimentó recurrentes golpes militares de carácter autoritario es utilizado para confirmar la hipótesis de que la Argentina vivió por muchos años un proceso antidemocrático y antiliberal debido a sus desvaríos en los años que siguieron a la crisis de 1929.

Una tercera visión tradicional es la que señala que otros países, que a diferencia de la Argentina no practicaron políticas obstruccionistas frente a los aliados e incluso colaboraron abiertamente con ellos, como el Brasil, recibieron en la posguerra grandes beneficios por su actitud, mientras que la Argentina fue boicoteada y castigada, y perdió así una oportunidad única para acoplarse al proceso de crecimiento de las naciones más desarrolladas de Occidente[4].

Consideremos en qué medida estas visiones responden o no a la realidad de una época que se acomoda poco, como veremos, a los análisis simplistas.

 

Primera visión

 

Esta presenta el desarrollo político y económico anterior a los años ’30 como una especie de «paraíso perdido» que no se continuó por culpa de los que condujeron el país a partir de ese momento. El llamado «modelo agroexportador», que aplicaba políticas liberales en lo interno y que suponía una adecuada inserción económica internacional caracterizada por una amplia apertura de la economía argentina en lo externo, habría permitido el despegue del país y un modelo de desarrollo que ubicó a la Argentina en el reducido núcleo de naciones privilegiadas por sus condiciones de producción y nivel de vida. Sin embargo, este esquema contiene varias falacias[5].

En primer lugar, a partir de la crisis de 1929 las características de la economía mundial cambiaron radicalmente. Eso hacía imposible continuar el camino emprendido en los años anteriores, aunque éstos hubieran sido fecundos[6].

En segundo lugar, la vinculación argentina con el mundo ya estaba experimentando transformaciones en los años de la primera posguerra. Si la Argentina se abre a la economía internacional desde 1880 como un país productor de materias primas e importador de manufacturas y bienes de capital, lo hace en función de un modelo de división internacional del trabajo y de la existencia de una potencia hegemónica, que es Gran Bretaña.

Por lo tanto, la apertura que realiza Argentina a fines del siglo XIX tenía un fuerte contenido bilateral; estaba basada en esas relaciones privilegiadas que se establecieron con Gran Bretaña y, en segundo término, con Europa. Pero esta situación no duró más de 30 o 35 años, si consideramos que la relación con el Reino Unido se consolida a partir de 1880[7]. En general la historiografía argentina no tiene en cuenta que la conexión con la potencia hegemónica se produjo en momentos en que ésta comenzaba un lento proceso de decadencia que no fue un producto de la segunda guerra, ni siquiera de la primera: los historiadores británicos señalan como arranque del mismo la gran depresión que va de 1873 a 1896[8]. Por otra parte, se tiende a destacar la importancia que tuvo para la Argentina esta vinculación, sin señalar lo trascendente que fue para Gran Bretaña, que estaba perdiendo mercados en Europa y en otros países periféricos.

No es por casualidad que, a mediados de la década de 1880, la mayor parte de las inversiones británicas en el mundo se dirigieran hacia la Argentina. Pero Gran Bretaña tropezaba con dificultades: se enfrentaba con la competencia de otros países industrializados emergentes como Alemania, EE.UU. y Francia. Lo más importante es que los EE.UU. se transformaron después de la Primera Guerra Mundial no sólo en una potencia industrial, sino también en el primer poder financiero internacional. Pasaron de ser un país deudor a ser el acreedor de las naciones beligerantes y comenzaron a expandir sus capitales en el exterior, especialmente en América Latina[9]. Así, en poco tiempo se convirtieron en el principal cliente y proveedor de la Argentina y reemplazaron a Europa como fuente de capitales.

Sin embargo, después de la guerra, Gran Bretaña retomó en parte su antigua posición en las relaciones internacionales argentinas. Pero la presencia norteamericana ya era fuerte económica y comercialmente. Comenzó entonces lo que suele denominarse el triángulo anglo-argentino- norteamericano. Los EE.UU. quedaron como el principal proveedor de bienes de capital y manufacturas, mientras que Gran Bretaña continuaba siendo el principal cliente comercial de la Argentina. Relaciones que originaron la creación de un superávit comercial con Gran Bretaña y de un déficit de magnitudes importantes con los EE.UU. que duró varios años.

Esta situación se compensaba por la circulación de capital financiero en sentido inverso, como consecuencia sobre todo de préstamos e inversiones de capital estadounidenses y también del flujo de dividendos, intereses y beneficios de empresas inglesas radicadas en el país a fines del siglo XIX y durante las primeras décadas del XX. Fenómeno que no es poco importante, ya que Gran Bretaña pudo financiar en gran medida su comercio con la Argentina entre los años ’20 y ’40 gracias a estos flujos proporcionados por las inversiones que realizó antes de 1914[10].

Todo parecía llevar, como sucedió a partir de los años ’30 con Brasil y otros países del continente, al abandono de la relación privilegiada con el Reino Unido y al inicio de un nuevo tipo de vínculos con Norteamérica. Al mismo tiempo, esa relación económica privilegiada que Washington empezaba a tener con Latinoamérica después de la primera guerra también la pretendía en lo político, y es en ese momento cuando comenzó a impulsar la construcción de un sistema político hemisférico que estaría bajo su influencia, levantando el ideario del panamericanismo. Pero el curso de los acontecimientos no fue el que podía preverse; por el contrario, en los años ’30 la Argentina reforzó sus relaciones con Europa y sobre todo con Gran Bretaña, con un costo importante: el de malquistarse con el país del Norte en numerosas ocasiones en el ámbito internacional, sobre todo al criticar diversos aspectos de la política exterior norteamericana.

Entre otras causas, el hecho de que el mercado norteamericano no se abriera a los productos argentinos fue un elemento de irritación que llegó a su punto culminante a fines de 1926, cuando el Departamento de Agricultura norteamericano decretó un embargo de carnes argentinas sosteniendo que estaban afectadas por la aftosa[11].

No constituyó un hecho fortuito que el editorial del 1 de enero de 1927 de los Anales de la Sociedad Rural Argentina se titulara «Comprar a quienes nos compra» y demandara volver a una política preferencial con los países que adquirían los productos argentinos como Gran Bretaña. Esta actitud daría como resultado la firma del pacto Roca-Runciman, en 1933, que favorecía los intereses británicos y perjudicaba, a través de la utilización de los mecanismos de control de cambios y de los aranceles, el comercio con EE. UU[12].

Además, las relaciones con Washington se volvieron más tirantes con la asunción de Roosevelt al gobierno. Si éste en lo interno comenzó a emplear políticas de corte intervencionista (que luego serían asociadas al keynesianismo), en el sector externo preconizaba una política de apertura para combatir los proteccionismos, que según los demócratas habían sido uno de los principales causantes de la crisis de 1929. El secretario de Estado Cordell Hull era un ferviente partidario de esta política y favorecía los convenios bilaterales abiertos, oponiéndose en consecuencia al pacto Roca-Runciman, que consideraba discriminatorio.

Estas diferencias, unidas a visiones políticas también distintas en cuanto al proceso de unidad entre los países del continente, contribuyeron a tensionar las relaciones argentino-norteamericanas. Así, por ejemplo, en las conferencias panamericanas de Buenos Aires, en 1936, Lima, en 1938 y La Habana, en 1940, la Argentina tuvo posiciones disímiles a los EE.UU. en numerosos temas de la agenda panamericana. Por otra parte, se volvía a privilegiar los vínculos con Europa a través de una asociación agonizante, la Liga de las Naciones, donde el canciller Saavedra Lamas llegó a ser presidente de su Asamblea General[13].

En términos más amplios, la crisis mundial afectó los mercados internacionales y produjo una situación de aislamiento en numerosos países, entre los que se contaba la Argentina. Los gobiernos conservadores aplicaron medidas proteccionistas, que tendieron a aislar al país del mundo, para protegerlo e impulsaron así un proceso de industrialización por sustitución de importaciones que tendría efectos importantes sobre el futuro económico y político del país.

 

Segunda visión

 

Existe también respecto a la actitud argentina frente a la Segunda Guerra Mundial una serie de equívocos basados en un escaso conocimiento de los hechos[14].

Se considera a la Argentina como un país neutral durante toda la guerra. Toynbee la coloca en cierto pie de igualdad con el resto de los neutrales (Suiza, Suecia, Turquía, España, Irlanda, Portugal). Pero éstos mantuvieron la neutralidad hasta el fin, o casi el fin, del conflicto bélico, lo que no fue el caso de la Argentina[15].

La primera constatación es que el gobierno de Buenos Aires rompió relaciones diplomáticas y políticas con los países del Eje el 26 de enero de 1944; no se mantuvo neutral en toda la contienda.

La segunda, es que la política de algunas potencias hacia la Argentina durante la guerra, especialmente la de EE.UU., no pareció basarse sólo en el hecho de que aquélla haya sido o no neutral; incluso el momento más álgido de las relaciones con Washington fue posterior a enero de 1944. Por lo tanto, el problema de la neutralidad fue en verdad de menor importancia de lo que parece o, al menos, no fue el único[16].

La tercera constatación nos remite a la declaración de guerra al Eje, el 27 de marzo de 1945. Esta se entiende generalmente como una actitud apresurada, a fin de que el país pudiera entrar en la Conferencia de San Francisco de constitución de las Naciones Unidas; para algunos fue incluso una posición meramente oportunista. Sin embargo, esta visión no se ajusta a los hechos.

Ocurre que varios países de América Latina no habían declarado tampoco la guerra al Eje a principios de 1945 y, si lo hicieron en esa época, se debió más que nada a un acuerdo entre las grandes potencias, al que se arribó en la Conferencia de Yalta, en los primeros días de febrero de 1945. Allí Roosevelt se comprometió a aconsejar a esos países (Venezuela, Ecuador, Uruguay, Paraguay, Perú y Chile) a declarar la guerra, cuando Stalin le señaló que de no hacerlo antes del 1° de marzo no estarían en condiciones de ingresar en la nueva organización mundial[17].

La Conferencia de Chapultepec (México), que se reunió hacia fines de ese mismo mes de febrero del ’45, tuvo entre sus objetivos ratificar dicho compromiso e invitar a la Argentina (que no participó por su conflictiva situación internacional) a declarar la guerra al Eje y ponerse al día con sus obligaciones interamericanas. El gobierno de Buenos Aires (que ya había acordado hacerlo ante una misión secreta, norteamericana a principios de febrero) aceptó la propuesta, aunque no pudo implementarla antes del 1° de marzo debido a problemas internos[18].

En realidad, los seis países latinoamericanos mencionados declararon la guerra recién, en su mayoría, entre mediados y fines de febrero, sólo poco más de un mes antes que la Argentina. Estos hechos indican que la declaración de guerra obedeció más a los acuerdos entre las grandes potencias y a la necesidad de EE.UU. de contar con un sólido apoyo en las Naciones Unidas que a un hecho causal o a una conducta meramente oportunista[19]. La acción de la delegación norteamericana en San Francisco en favor de la incorporación argentina y enfrentando la oposición soviética a la misma confirman este hecho[20].

La cuarta constatación es que aun en la época en que la Argentina mantuvo su neutralidad, su aporte a la causa aliada fue muy importante desde el punto de vista económico. Una de las causas principales de la polémica entre Churchill y Roosevelt acerca de la política a seguir hacia el gobierno de Buenos Aires (Inglaterra se oponía a las sanciones económicas y políticas propiciadas por EE.UU.) era que la Argentina era una fuente crucial de abastecimientos para las islas británicas, llegando a representar incluso el 40% del consumo británico de carnes[21].

Por otro lado, la mayor parte del comercio argentino con Gran Bretaña se realizó sin pago inmediato por parte de este país. El importe adeudado se acreditaba en Londres con garantía oro y dio lugar a las llamadas «libras bloqueadas», cuya compensación llevó a arduas negociaciones luego del conflicto.

Con Alemania y los países del Eje, por el contrario, el comercio prácticamente se interrumpió en los años de la guerra. Desde el punto de vista económico, la Argentina no fue en absoluto neutral y actuó, en el abastecimiento a los países aliados, en una forma similar a los EE.UU. con su ley de préstamos y arriendos, que permitió financiar el armamento militar de esos países sin contraprestación inmediata[22].

Para completar la comprensión del problema de la neutralidad, es necesario efectuar una breve síntesis de los hechos más importantes que jalonaron la política argentina desde fines de 1939 y de las fuerzas externas e internas involucradas en ellos.

El primer episodio importante se produjo en abril de 1940, debido a una iniciativa diplomática argentina: la propuesta de «no beligerancia» que el gobierno de Buenos Aires consultó con Washington y que tenía como objetivo el abandono de una neutralidad estricta. La propuesta consistía en considerar a los países aliados como «no beligerantes». de manera que eso permitiera un flujo mayor de ayuda hacia ellos. Pero el Departamento de Estado desechó esta propuesta porque en la política norteamericana jugaban intereses conflictivos y no estaban dispuestos a ir más allá por el momento[23].

En lo interno, se hallaban en pleno período electoral; Roosevelt quería la reelección y había todavía fuertes tendencias aislacionistas en el seno de la sociedad. En lo externo, Washington se conformaba con la ayuda material que ya prestaba a los países aliados. Con todo, unos meses más tarde se invirtió la situación: la entrada de los alemanes en París y el ingreso de Italia en la guerra hicieron que los EE.UU. cambiaran decididamente su actitud, abandonando la prudencia seguida hasta entonces. En junio de 1940 llegó a Buenos Aires una delegación militar norteamericana que propuso a la Argentina formar parte de planes de defensa elaborados por el Pentágono, que incluían incluso la posibilidad de instalar bases en las islas Malvinas. Pero entonces fue la Argentina la que se negó a cooperar, invirtiéndose las posiciones asumidas por ambos países en abril. Una solución distinta de estos episodios hubiera cambiado el curso de las relaciones argentino-norteamericanas durante la guerra[24].

De todos modos, el conflicto principal con EE.UU. en este período se produjo en la Conferencia de Río de Janeiro, en enero de 1942. Allí, la Argentina obtuvo un triunfo diplomático que, según algunos, le costaría caro. Washington propuso que los países de América Latina rompieran relaciones con el Eje solidarizándose con la agresión que ese país había recibido en Pearl Harbor. La cancillería argentina consiguió que se aprobara una moción distinta, en la cual se recomendaba a los países latinoamericanos romper relaciones y dejaba en libertad de acción para hacerlo o no. Hubo dos países que no la efectivizaron en el momento: Chile y Argentina. Fue el inicio del enfrentamiento más importante entre los dos países. que tenía antecedentes en el pasado (recordemos la conferencia de Washington de 1889, los episodios que se desarrollaron durante la Primera Guerra Mundial, la conferencia de La Habana de 1928 o las ya mencionadas de 1936,1938 y 1940), pero que nunca había alcanzado las magnitudes de lo que se desarrolló durante la guerra[25].

La política de los EE.UU. hacia la Argentina se caracterizaría desde ese momento por la utilización de distintos tipos de medidas diplomáticas (no reconocimiento de nuevos gobiernos, retiro de embajadores) y económicas (discriminaciones comerciales, bloqueo de fondos argentinos en EE.UU., etc.) para sancionar la conducta argentina. Washington denunciaría así a los sucesivos gobiernos de Buenos Aires -primero el conservador y luego el militar- de ser partidarios del Eje, lo que culminó en 1946 con acusaciones que implicaban directamente a altas autoridades de los gobiernos argentinos de la época con el espionaje y la ayuda concreta a las potencias vencidas[26].

La actitud norteamericana iba a contrastar con la de su principal aliado: Gran Bretaña. La política británica fue muy distinta a la de EE.UU., por varias razones que es preciso enumerar.

En primer lugar, existían distintas percepciones de la realidad argentina. Los británicos nunca compartieron los puntos de vista del Departamento de Estado respecto a los intereses o motivos ideológicos que podían estar detrás de la neutralidad argentina. No pensaban que los gobiernos argentinos fueran pro-nazis u hostiles a los aliados. Ciertos sectores en Inglaterra apoyaron incluso abiertamente a los gobiernos argentinos[27].

En segundo término, los ingleses consideraban que el abandono de esa política de neutralidad podía afectar seriamente el abastecimiento de las islas durante la guerra y causar graves perjuicios económicos a la causa aliada[28].

En tercer lugar, si bien reconocían que existían en la Argentina fuertes tendencias nacionalistas, preferían no malquistarse con sus sectores dirigentes para no afectar las cuantiosas inversiones radicadas en el país[29].

Finalmente, estaban también muy alertas respecto a una posible hegemonía económica y política norteamericana en la Argentina después de la guerra. Diversas misiones diplomáticas inglesas al Río de la Plata (como la misión Willingdon de 1940-41) denunciaron no sólo la amenaza del nazismo, sino también los efectos perjudiciales para ellos de la competencia norteamericana y el estrechamiento de vínculos entre Buenos Aires y Washington. El viejo triángulo anglo-argentino-norteamericano continuaba vigente para ellos[30].

El otro protagonista de la política argentina en esos años fue la Alemania nazi. Existió sin duda una fuerte presencia de intereses vinculados a ese país en la mayor parte de América Latina. Pero en la Argentina, aunque las ideologías de corte fascista o pro-nazi tuvieron cierta influencia en miembros de las FF.AA. o grupos civiles de algún peso político, y especialmente en el último gobierno conservador y en el régimen militar que le sucedió, estos sectores resultaron minoritarios, como lo demuestra la ya profusa documentación y bibliografía sobre la materia. La gravitación económica de Alemania también se vio limitada como consecuencia de las medidas de restricción de las actividades económicas y comerciales con el 111 Reich que debieron implementar los distintos gobiernos de la época ante la presión interna e internacional y la ruptura posterior de relaciones diplomáticas con el Eje[31].

Analizando más en detalle la política norteamericana, pueden explicarse también sus motivos. La misma no fue tan lineal como suele creerse; tuvo también sus matices. En una primera aproximación, puede mencionarse una «línea dura», partidaria de aplicar sanciones de todo tipo a la Argentina, y una «línea blanda», que proponía soluciones diferentes. Ya desde los años ’30 había un sector que mantuvo una posición conflictiva con los gobiernos de Buenos Aires, cuyo más destacado exponente fue el secretario de Estado, Cordell Hull, que no pertenecía al círculo político más íntimo del presidente. Sin embargo, hacia fines de la década, y sobre todo con el estallido de la guerra, Hull no controlaba el conjunto de la política exterior norteamericana, que pasó a ser conducida más estrechamente por el mismo Roosevelt y su equipo de colaboradores de la Casa Blanca.

En América Latina misma, escenario alejado del conflicto bélico, el funcionario que instrumentó la política del «buen vecino» no fue Hull sino el subsecretario de Estado, Sumner Welles, hombre de confianza de Roosevelt y que se convertiría más tarde en uno de los principales críticos de la política del Departamento de Estado hacia la Argentina. Pero Welles debió renunciar, en parte como consecuencia del mal paso dado en la conferencia de Río de Janeiro, donde, tratando de mantener la unidad panamericana, aceptó la propuesta del canciller argentino Ruiz Guiñazú[32].

Otro de los principales partidarios de una «línea dura» hacia la Argentina fue el secretario de Agricultura y luego Vicepresidente, Henry Wallace. Aunque ambos pertenecían al partido Demócrata, mientras Hull era un conservador liberal (en el sentido norteamericano de esta última acepción), Wallace era un liberal de izquierda (en 1948 se presentó como candidato de una coalición de izquierda a las elecciones norteamericanas). Pero los dos tenían algo en común: estaban vinculados a intereses agrícolas norteamericanos y alimentaban cierto rencor hacia la Argentina, como consecuencia de los conflictos entre los dos países en los años ’30 y de las discriminaciones comerciales mutuas practicadas por ambos[33].

En la «línea dura» confluían también percepciones sobre la realidad argentina basadas en un esquema simplista de la misma (en la que influían sectores internos en Argentina y el clima bélico de la época). La necesidad de instrumentar un frente común en el continente bajo la hegemonía norteamericana parecía en tiempos de guerra más urgente y contribuía a apuntalar estas tendencias.

Una segunda línea, que coexistió con la primera durante la guerra (y en la que jugó un papel importante en un primer período el mencionado Sumner Welles) tuvo como uno de sus principales representantes a Nelson Rockefeller, quien fue nombrado por Roosevelt en 1940 como coordinador de Asuntos Interamericanos. Rockefeller comenzó a practicar una política hacia la Argentina (que formaba parte de una estrategia hacia el conjunto del continente) que no parecía tener vinculación con la practicada por el Departamento de Estado: afianzamiento de vínculos culturales, invitaciones a personalidades argentinas a los EE.UU., campañas de publicidad de empresas norteamericanas en el país, etc.[34].

Finalmente, en noviembre de 1944 Hull renunció dejando en su lugar a Edward Stettinius, que nombró a Rockefeller secretario asistente de Asuntos Latinoamericanos. Entonces la política hacia la Argentina cambió abrupta- mente. Rockefeller enfocó «pragmáticamente» sus relaciones con el régimen militar y se produjo el acercamiento entre los dos países que culminó en marzo de 1945 con la declaración de guerra al Eje, y en el mes de abril con el envío de la misión Warren, que llegó a importantes acuerdos económicos y políticos con el gobierno argentino[35].

Sin embargo, con la muerte de Roosevelt, el 12 de abril de 1945, la política norteamericana cambió nuevamente. Truman incorporó en su staff de política exterior a sectores ligados a Cordell Hull y a la «línea dura», que habían atacado la política de «conciliación» emprendida por Rockefeller. Y aunque éste permaneció en su cargo unos meses más (lo que le iba a permitir abogar por la participación argentina en la conferencia de San Francisco, puesta en cuestión por diversos sectores en EE.UU. y por los soviéticos), la llegada a Buenos Aires del embajador Spruille Braden, que compartía los criterios de la «línea dura», volvió a revertir el panorama.

En verdad, factores estratégicos comenzaban a jugar con fuerza en ambas posiciones. Mientras algunos sectores continuaban privilegiando la alianza americano-soviética y considerando como principales enemigos a los países del Eje (como, por ejemplo, Braden), otros (el caso de Rockefeller o el senador Vandenberg) veían ya como el problema mayor de la posguerra las relaciones con la URSS y procuraban cimentar la unidad del continente frente a la posible amenaza del comunismo[36].

La llegada de Braden a Buenos Aires provocó diversos episodios entre los dos países que llegaron a involucrar a la propia política interna. La opción Braden o Perón tiñó las elecciones presidenciales de 1946, en las que procuró jugar un rol el llamado «Libro Azul», un documento preparado por el Departamento de Estado para demostrar las vinculaciones de los gobiernos argentinos con el nazi fascismo[37].

Pero es cierto, también, que la política de las grandes potencias hacia la Argentina explica sólo una parte de la conducta de los gobiernos locales y de las líneas y tendencias respecto al curso de la política exterior que existían en el país. La política de neutralidad tuvo sus defensores y sus detractores dentro del país, y sus reacciones tuvieron que ver en gran medida con el curso de los acontecimientos políticos internos.

Fueron partidarios de la neutralidad sectores dirigentes tradicionales, que ponían el acento en la vinculación con Gran Bretaña y Europa y se oponían a las pretensiones hegemónicas de EE.UU. Gran parte de la política de neutralidad se explica por el predominio de esta línea, reflejada en los gobiernos de Justo, Ortiz y Castillo (aunque personalmente los dos primeros, y especialmente Justo, se declararon pro-aliados). También estaban a favor de la neutralidad algunos núcleos pro-Eje en las FF.AA. y grupos civiles del nacionalismo católico, así como los «nacionalistas populares» (FORJA, Sabattini en la UCR) y sectores de interés vinculados al proceso de industrialización y al desarrollo del mercado interno[38].

En contra de la neutralidad se pronunciaron dentro de las élites tradicionales algunas figuras relevantes como el ex ministro de Hacienda, Federico Pinedo (que decía que el mundo había cambiado de «centro» y era partidario de una aproximación con EE.UU., abandonando parte de los vínculos con Europa)[39]. [39] También fueron contrarios a la neutralidad la mayor parte del espectro político de la época antes de la llegada del peronismo: la gran mayoría del radicalismo, los conservadores reformistas, los socialistas y los comunistas[40].

Sin embargo, desde principios de 1944 hasta comienzos de 1946 (la Argentina ya no era más neutral), la problemática externa se confundió con el curso de la política interna y el eje fascismo-antifascismo tuvo más que ver con el surgimiento de Perón y el peronismo y la actitud de los sectores de oposición en contra de éstos que con la política exterior del país.

 

Tercera visión

 

La idea de que una política diferente hubiera beneficiado a la Argentina, como aparentemente lo hizo en el caso del Brasil, surge de un desconocimiento de lo que sucedió en el mundo en esa época. Desde el punto de vista político, los beneficios que obtuvo Brasil fueron bastante breves.

En primer lugar, es necesario señalar que la vinculación de este país con la Alemania nazi fue más fuerte que la de la Argentina y que, si en la década de 1930 para esta última la opción se daba entre Gran Bretaña y EE.UU., para Brasil lo era entre Estados Unidos y Alemania, sus principales partenaires económicos y políticos (lo que dio lugar a la política de «pragmático equilibrio» seguida por Vargas)[41].

Sólo en los años ’40 Brasil se volcó decididamente hacia Washington y montó su planta siderúrgica de Volta Redonda con apoyo crediticio norteamericano y, después del ataque japonés a Pearl Harbor, el gobierno de Río de Janeiro se convirtió en el principal sostén norteamericano en la región. Pero esto se explica por razones estratégicas, políticas y económicas que no existían en el caso argentino.

El rol de Brasil como proveedor de materias primas, alimentos y materiales estratégicos fue siempre decisivo para EE.UU. (a diferencia de lo que ocurrió con la Argentina, que nunca representó una fuente importante de suministros para el país del Norte). Otra de las causas principales fue la posición estratégica de Brasil en relación a África y Europa, porque era considerado por Washington como una posible base de acción para las fuerzas armadas norteamericanas. Esto explica que el gobierno de Río no sólo se hubiera comprometido desde un primer momento en la guerra, sino también que llegara a enviar una fuerza expedicionaria para colaborar con las fuerzas aliadas[42].

Sin embargo, desde el punto de vista de los protagonistas políticos, los beneficios personales que obtuvo Vargas de esta actitud no duraron mucho. En 1945, el embajador norteamericano A. Berle Jr. organizó una campaña similar a la de Braden en Buenos Aires para obstaculizar la permanencia de Vargas en el poder. El presidente brasileño debió, en parte a causa de esto, resignar su continuidad política y, elecciones mediante, lo sucedió el general Dutra, que contaba con mayores simpatías en los EE.UU. Pero, incluso posteriormente, Brasil se sintió frustrado por el desarrollo de sus relaciones con el país del Norte, pues esperaba mucho más por su cooperación durante la guerra[43].

Numerosos documentos diplomáticos brasileños muestran claramente que, hacia 1950, no se habían cumplido las promesas hechas al Brasil, que se sentía crecientemente frustrado por el desarrollo de sus relaciones con EE.UU. y por la ausencia de los beneficios que esperaba. Algunos de esos documentos señalan, por ejemplo, que en 1950 la Argentina de Perón era privilegiada en comparación con Brasil por haber obtenido un préstamo de 125 millones de dólares, mientras que aquel país había recibido entre 1946 y 1949 apenas 100 millones. Una de las razones por las cuales Vargas retorna al poder, con una política más nacionalista, a principios de 1951, radicaba en la frustración de sectores dirigentes respecto a la relación bilateral con EE.UU. desde la finalización del conflicto bélico. Esta actitud norteamericana no era tampoco sorprendente teniendo en cuenta que los objetivos principales de EE.UU. en la posguerra se hallaban en Europa, y en segundo lugar en Asia, y no en América Latina, ni aun en sus aliados más fieles[44].

Es dudoso, entonces, que de haberse involucrado la Argentina en la guerra, como lo hizo Brasil, podía haber gozado de los beneficios del plan Marshall como proveedor de los mercados europeos (esto jamás habría ocurrido porque uno de los propósitos principales del plan era la colocación de los excedentes agrarios norteamericanos), o podía haber obtenido una cuantiosa ayuda financiera. Tampoco hubiera hecho posible la concreción en el país de inversiones significativas ni de un trato comercial mucho más favorable. Este no fue siquiera el caso de Brasil[45].

Es interesante notar que este país, en lugar de convertirse en un aliado privilegiado de EE.UU. en América Latina, fue divergiendo cada vez más de sus vecinos del Norte con los gobiernos de Juscelino Kubitschek, Janio Quadros y Joáo Goulart. Incluso los presidentes militares que asumieron después de 1964, salvo Castello Branco, no tuvieron tampoco políticas condescendientes con Washington[46].

Una mejor imagen internacional, que podía haber resultado de una conducta más firme en la guerra a favor de los aliados (en la que los principios morales también deberían haber jugado), hubiera permitido a la Argentina obtener beneficios de orden político o estratégico, pero no debe olvidarse que los años de posguerra no fueron favorables para la inserción de América Latina en el mundo. De todos modos, es necesario tener en cuenta el conjunto de estos factores para analizar la política exterior argentina en los años ’30 y ’40, que por cierto tuvo errores, pero que, para poder ser apreciada correctamente, debe estar enmarcada en un contexto más amplio y despojada de «visiones» ideologizadas o esquemáticas que han llegado a convertirse en verdaderos mitos.

[1]Algunos autores califican estas «visiones» no como «tradicionales» sino como «revisionistas». Cf. José Paradiso, Debates y trayectorias de la política exterior argentina (Buenos Aires, 1993), que se refiere, en particular, a las interpretaciones de Carlos Escudé, tal como se hallan expuestas en su libro, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina, 1942-1949 (Buenos Aires, 1983), y en otros publicados posteriormente.

Un alcance similar podría tener, desde el punto de vista económico, las tesis plantea-das en el libro de Carlos Díaz Alejandro, Ensayos sobre la historia económica argentina (Buenos Aires, 1975).

Por supuesto, entre los historiadores siempre hay «visiones tradicionales» y «visiones revisionistas», las segundas cuestionando las primeras. En este caso, si bien Díaz Alejandro y Escudé critican esencialmente el modelo de sustitución de importaciones y de industrialización implementado en los años ’30 y, sobre todo, la experiencia política peronista de las décadas de 1940 y 1950, defienden, en verdad, el modelo económico agroexportador anterior a la crisis de 1930 y el modelo político puesto en marcha hacia fines de siglo por la oligarquía liberal. En este sentido, se asocian con una interpretación de la historia argentina cuyo primer mentor fue Bartolomé Mitre. Esta «visión fundadora» de la historia argentina estuvo luego sujeta a críticas por la llamada «escuela revisionista», exponente de la cual fue Adolfo Saldías por esa misma época.

Pero en los años ’30 surge un segundo revisionismo, de carácter nacionalista y populista, lúcidamente analizado por Cristian Buchrucker en su libro, Nacionalismo y peronismo, la Argentina en la crisis ideológica mundial (1927-1955) (Buenos Aires, 1987). El «revisionismo» de Díaz Alejandro y Escudé consiste en una crítica de los postulados sostenidos por este segundo «revisionismo». Pero al hacerlo, retoman los principales elementos de las interpretaciones liberales, basadas en la tradición de Mitre.

Luego de la caída de Perón, en 1955, las «visiones tradicionales», en el sentido que le damos, cobran fuerza, especialmente respecto a la interpretación de la Segunda Guerra Mundial y el primer peronismo, apoyadas por amplios sectores de la opinión pública nacional e internacional. Pero los libros de mayor impacto en esta dirección fueron los de Díaz Alejandro y Escudé.

Mi libro, Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes argentinas (1940-1945) (Buenos Aires, 1981), propone una interpretación distinta de la de Escudé y genera una polémica que se publicó en la revista Desarrollo Económico, No. 92, enero- marzo 1984. Analizando diversos aspectos de la historia de las relaciones internacionales de la Argentina en los años objeto de estudio, Roger Gravil, Mónica Quijada, Ignacio Klich, Leonardo Senkman y Raanan Rein sostienen líneas de análisis cercanas a las mías.

[2]Díaz Alejandro reconoce en su libro que «algunos amigos que leyeron los primeros borradores de este trabajo me reprocharon que presentara a la Argentina anterior a Perón como una época de dorada felicidad, mientras exageraba en cambio mis censuras a la actuación de dicho presidente. El libro parece `reaccionario`, p. 12.

[3]Cf. G. Di Tella, «Argentina between the great powers, 1939-1946. A revisionista sum-ming- up», en G. Di Tella y D.C. Watt, Argentina Between the Great Powers, 1939-1946 (Oxford, 1989), p. 181. Di Tella hace un balance de las discusiones suscitadas en un seminario realizado en el St. Antony’s College, de Oxford, y publicadas en ese libro. Es la opinión de una influyente serie de autores, cuyos trabajos aparecieron en las décadas de 1950 y 1960, como Arthur Whitaker, Thomas McGann, Harold Peterson, Arturo Conil Paz y Gustavo Ferrari.

[4]Joseph Tulchin sintetiza bien este pensamiento: «… la capacidad de afirmar tal posición (la independencia durante la guerra) se vio dramáticamente disminuida (…) aun cuando la Argentina obtuvo excelentes beneficios por la venta de sus productos primarios. Los líderes argentinos, cegados por este segundo aspecto, no vieron el primero. No sólo sucedió que los Estados Unidos (…) aumentó su poder relativo con respecto a todas las otras naciones del mundo; (…) además se había producido el peor resultado esperable: los brasileños habían aprovechado su relación especial con los Estados Unidos para acumular grandes cantidades de material bélico y para construir su parque industrial y militar hasta el punto en que, visto retrospectivamente, es fácil darse cuenta de que el balance de poder en la región fue inclinándose permanentemente en favor de Brasil. Este fue el golpe más cruel de todos». J.A. Tulchin, La Argentina y los Estados Unidos, historia de una desconfianza (Buenos Aires, 1990), pp. 203- 204. Carlos Escudé reafirma el mismo argumento en su libro, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación…, pp. 384-386.

[5]Cf. C. Escudé, op. cit., p. 13, que se basa en un pronóstico de Colin Clark, en 1942, que señalaba, sobre la base del éxito del desarrollo económico argentino hasta los años ’30, que en la década de 1960 ese país tendría el cuarto producto bruto per capita del mundo. Para un análisis económico del modelo ver: Mario Rapoport, «El modelo agroexportador argentino, 1880-1914», en M. Rapoport (comp.), Economía e historia. Contribuciones a la historia económica argentina (Buenos Aires, 1988).

[6]En un memorándum escrito para el tesoro británico en 1943, se decía: «El viejo orden internacional se ha roto y para bien (…) Los países individuales deben tener libertad para regular sus economías externas de forma efectiva, con el control de los movimientos de capital, las regulaciones cuantitativas, las preferencias y las políticas autónomas de crédito, etc.» Hubert D. Henderson, The Inter-War Years and Other Papers (Oxford, 1955); citado en Charles P. Kíndleberger, La crisis económica, 1929-1939 (Barcelona, 1985), p. 385.

[7] Los dos libros sustanciales sobre la conexión argentino-británica son el de H.S. Ferns, Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX (Buenos Aires, 1968), y el de Roger Gravil, The Anglo- Argentine Connection, 1900-1939 (Boulder, 1985). Si las relaciones anglo-argentinas comienzan a cimentarse desde la época de la independencia, en su aspecto moderno se despliegan y fortalecen desde los años ’60 y ’70 del siglo pasado.

[8]Cf. P.S. Bagwell y G.E. Mingay, Britain and America, A Study of Economic Change, 1850- 1939 (Londres, 1970); E.J. Hobsbawm, Industry and Empire (Londres, 1968).

[9]Cf. H.V. Faulkner, An American Economic Historv (Nueva York, 1960); D.H. Aldcroft, De Versalles a Wall Street, 1919-1929 (Barcelona, 1985).

[10]Cf. M. Rapoport, «El triángulo argentino: las relaciones con Estados Unidos y Gran Bretaña, 1914-1943», en M. Rapoport (comp.), Economía e historia,…; Jorge G. Fodor y Arturo O’Connell, «Argentina y la economía atlántica en la primera mitad del siglo XX», en Desarrollo Económico, No. 49, abril-junio 1973. Un caso similar en muchos aspectos se produjo en la economía canadiense de esos años. Cf. John Bartlet Brebner, North Atlantic Triangle, The Interplay of Canada, the United States and Great Britain (Toronto, 1966).

[11] Cf. Fodor y O’Connell, op. cit..

[12]Cf. Anales de la Sociedad Rural Argentina, Vol. LX, No. 1, enero 1927, pp. 7 y 8. Sobre el Pacto Roca-Runciman ver los libros de Gravil, op. cit., y Daniel Drosdoff, El gobierno de las vacas (Buenos Aires, 1972).

[13]Cf. Harold Peterson, Argentina y Estados Unidos, 1810-1960 (Buenos Aires, Eudeba, 1970).

[14]De la amplia bibliografía sobre la política norteamericana en la Argentina en la Segunda Guerra Mundial, basados en archivos norteamericanos y británicos, señalamos: C. Escudé, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación…; R.B. Woods, The Roosevelt Foreign Policy Establishment and the «Good Neighbor», The United States and Argentine, 1941-1945 (Kansas, 1979); M. Rapoport, Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes…; M. Rapoport, ¿Aliados o Neutrales?, La Argentina frente a la Segunda Guerra Mundial (Buenos Aires, 1988).

[15] Cf. Arnold Toynbee, La Guerra y los Neutrales (Barcelona, 1965). Si bien Toynbee habla de Iberoamérica en general, dedica la mayor parte del análisis de ese continente al caso argentino. Teniendo en cuenta la fecha de su publicación en inglés (1958), cuando toda-vía no se habían abierto muchos archivos sobre la época, su examen de la situación argentina resulta bastante equilibrado, sin dejar de repetir ciertos clichés comunes en la bibliografía de entonces.

[16]Cf. M. Rapoport, Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes…, pp. 263-266; ver también C. Escudé, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación…, pp,129 y ss. Ver especialmente el Memorándum de Cordell Hull a las Repúblicas Americanas, del 22 de junio de 1944, Foreign Relations of the United States (FRUS), The American Republics, Vol. VII, pp. 315-320.

[17]La conversación Roosevelt-Stalin en Yalta se transcribe en el libro de James Byrnes, Speaking Frankly, (Nueva York, 1947), pp. 38-39.

[18]El mejor análisis de la misión secreta es el de Callum MacDonald, en «The Politics of Intervention: The United States and Argentina, 1941-1946», en Journal of’ Latín American Studies, 12, 2, Londres, 1980. Sobre las controversias internas acerca de la declaración de guerra, cf. Robert Potash, El ejército y la política en la Argentina, 1928-1945 (Buenos Aires, 1981), pp. 364-366.

[19]Cf. R.A. Humphreys, Latin America and the Second World War, 1942-1945 (Londres, 1982), Vol. II, da las fechas de la declaración de guerra de Perú (11 de febrero), p. 104; Chile (12 de febrero), p. 118; Ecuador (sólo a Japón, el 2 de febrero), p. 99; Paraguay (febrero), p. 129; Uruguay (22 de febrero), p. 125; Venezuela (febrero), p. 27. En todos los casos, como señala Humphreys, bajo presión de Estados Unidos. Humphreys, distinguido historiador, fue durante la guerra un funcionario importante del Foreign Office para América Latina.

[20]Cf. Carlos A. Spinosa, Ingreso de la Argentina a la Organización de las Naciones Unidas (Monografía, Univ. de Belgrano, 1984); United Nations, Documents of the United Nations, Conference on International Organization (San Francisco, 1945).

[21]Cf. M. Rapoport, Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes…, pp. 286-292.

[22]Cf. Pedro Skupch, «El deterioro y fin de la hegemonía británica sobre la economía argentina, 1914-1947», en M. Panaia, R. Lesser y P. Skupch, Estudios sobre los orígenes del peronismo, Vol. 2 (Buenos Aires, 1975), pp. 54-58.

[23] Cf. J. Tulchin, «The Argentine Proposal for Non-Belligerancy, April 1940», en Journal qf Inter-American Studies, octubre 1969; M. Rapoport, ¿Aliados o Neutrales?…, donde se reproducen los principales documentos diplomáticos sobre el tema de origen argentino y norteamericano, pp. 47-56. Ver, sobre todo, Archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto (AMREC), Guerra Europea, 1940, Expediente 185, Sugestión argentina sobre neutralidad.

[24]Sobre las propuestas de Defensa Continental, ver M. Rapoport, ¿Aliados o Neutrales?…, pp. 57-68. Ver AMREC, Guerra Europea, Defensa Continental, 1940, Expedientes 192 y 192 bis.

[25] Cf. Alberto Conil Paz y Gustavo Ferrari, Política Exterior Argentina, 1930-1962 (Buenos Aires, 1971), pp. 42-83.

[26]Cf. los mencionados libros de C. Escudé, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación…, y M. Rapoport, Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes…

[27]Un notable informe del embajador británico, Sir David Kelly, señala este punto con claridad, cf. Foreign Office (FO), AS, 4042/92/2, Kelly a Eden, 21-7-1945. Las memorias de Kelly son igualmente categóricas a este respecto: ver D. Kelly, The Ruling Few (Londres, 1952).

[28]Cf. FO, A 3068/4/2, Minuta de Víctor Perowne, 30-3-1943.

[29]Ídem y FO, A 3903/11/2, Informe Anual de Sir David Kelly para 1942, 27-4-1943.

[30]Dos misiones, la Misión D’Abernon, de 1929, y la Misión Willingdon, en plena guerra, en 1940-41, ponen el acento en la competencia norteamericana, remarcada luego en muchos documentos del Foreign Office. Cf. Lord D’Abernon, «Informe sobre las Relaciones Comerciales Anglo-argentinas», Revista de Economía Argentina, marzo 1930, año 12, No. 141; Board of Trade (BT), 60/68/41515, Report to the British Mission to South America, octubre 1940-marzo 1941.

[31] Cf. especialmente el libro de Ronald C. Newton, «The Nazi Menace» in Argentina, 1931-1947 (California, 1992), así como M. Rapoport, ¿Aliados o Neutrales?…, Cap. II.

[32]Cf. M. Rapoport, Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes…, pp. 251-267; y los libros de Cordel] Hull, The Memoirs of Cordel] Hull (Nueva York, 1948) y Sumner Welles, The Time for Decision (Londres, 1944); Where Are We Heading? (Nueva York, 1946).

[33]Cf. John Morton Blum, The Price of Vision, The Diary of Henry Wallace, 1942-1946 (Boston, 1973); Riehard Walton, Henry Wallace, Harry Truman and the Cold War (Nueva York, 1976).

[34]Cf. M. Rapoport, Política y diplomacia en la Argentina, las relaciones con EE. UU. y la URSS (Buenos Aires, 1986), pp. 109-122. Ver también Peter Collier y David Horowitz, The Rockeféllers, An American Dynasty (Nueva York, 1976), pp. 238 y ss.

[35]Ídem, ibidem; FO, AS 25/12/2, Hadow a Perowne, Embajada Británica en Washington, 26- 12-1944, conversación con Nelson Rockefeller.

[36]Cf. M. Rapoport, Política y diplomacia…, pp. 123-131; Gary Frank, Juan Perón vs. Spruille Braden: The Story Behind The Blue Book (Maryland, 1980); Spruille Braden, Diplomats and Demagogues, The Memoirs of Spruille Braden (Nueva York, 1971).

[37] Cf. G. Frank, Juan Perón…; Roger Gravil, British Reactions to the «Blue Book». Perón and the Jews (University of Natal, 1994, en public.).

[38]Cf. M. Rapoport, Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes…; Política J, diplomacia…; C. Buchrucker, Nacionalismo y peronismo…

[39]Federico Pinedo, Argentina en la Vorágine (Buenos Aires, 1943), pp. 45-49.

[40] Cf. M. Rapoport, Política y diplomacia…, pp. 97 y ss.

[41]Cf. Gerson Moura, Autonomía da Dependencia, A Política Externa Brasileira de 1935 a 1942 (Río de Janeiro, 1980), Caps. 4 y 5. Ver también Marcelo De Paiva Abreu, «La Argentina y Brasil en los años treinta. Efectos de la política económica internacional británica y estadounidense», en Desarrollo Económico, 96, enero-marzo 1985; G. Moura, `Dependent Neutrality’: The Case of Brazil, 1939-1942″, en Jukka Neevakivi (comp.), Neutrality in History (Helsinki, 1993).

[42]G. Moura, Ibidem. Cf. también Amado Luiz Cervo y Clodoaldo Bueno, Historia da Política Exterior do Brasil (San Pablo, 1992), Cap. 10; Stanley E. Hilton, «Brazilian Diplomacy and the Washington-Río de Janeiro `Axis’ during World War 11 Era», en Hispanic American Historical Review, 59, mayo 1959.

[43]ídem, ibidem; Luiz Alberto Moniz Bandeira, Brasil-Estados Unidos: A Rivalidade Emergente, (1950-1988) (Río de Janeiro, 1989).

[44]Idem, abide; S.E. Hilton, «The United States, Brazil and the Cold War, 1945-1960: End of the Special Relationship», en The Journal American Historv, 68, diciembre 1981. Sobre el crédito argentino ver M. Rapoport y Claudio Spiguel, Estados Unidos 1, el peronismo, la política norteamericana en la Argentina, 1949-1955 (Buenos Aires, 1994).

[45]Ídem, ibidem

[46]A. Cervo y C. Bueno, Historia da …; Mónica Hirst, «Brasil-Estados Unidos: de la diferencia al conflicto», FLACSO, Doc. de Trabajo No. 48, Buenos Aires, 1986; Peter Flynn, Brazil: A Political Analysis (Colorado, 1978); Riordan Roett, Brazil: Politics in a Patrimon