Homenaje de la promoción 73.ª del Colegio Militar de la Nación a la Promoción 11 de la Escuela de Aviación Militar, “la voladora”

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Por el Teniente Coronel (R) José Javier DE LA CUESTA ÁVILA (*)

Bravos amigos del aire
Un día sagrado vivimos
Unidos todos soñamos
Tras un mismo destino. 


El comienzo

El 3 de marzo de 1942 formamos en la amplia Plaza de Armas del Colegio Militar de la Nación, en El Palomar, para ingresar a la carrera militar. Éramos casi tres centenas de jóvenes que, en noviembre del año anterior, habíamos competido con casi dos mil aspirantes para tener la posibilidad de incorporarnos a ese instituto. En este grupo, se presentaban algunos que ya tenían predestinada su arma, ya que habían sido seleccionados para integrar la Aviación Militar y materializarían la Promoción 11. Había sido una competencia seria y difícil, ya que ese año se autorizaba ingresar con el 3.er año del secundario y no con el 4° como el año anterior, lo que, naturalmente, duplicaba los candidatos.

La ceremonia de ingreso fue presidida por el Coronel Emilio Daul, director del Colegio Militar, quien nos señaló, claramente, que iniciábamos una carrera que “no era ni la más cómoda ni la más lucrativa”. Pero ello no hizo mella en nuestros espíritus, deseos ni vocación. El mundo estaba en plena Segunda Guerra Mundial, los ejércitos se enfrentaban con nuevas modalidades y armas y, dentro de ellas, aparecían los tanques y los aviones en una específica forma de enfrentamiento.

El primer acto consistió en la distribución en las subunidades que formaban el Batallón de Infantería del Cuerpo de Cadetes, donde conviviríamos sin distinción durante el primer año, con el objetivo de modelar en nosotros las características básicas del militar. Compartimos los dormitorios y esta nueva vida, en la que aprendimos la existencia de los “superiores” y que la disciplina se refuerza con los “movimientos vivos”. Este “aprendizaje”, sin duda, amalgamó amistades que se proyectarían a lo largo de los años y encontrarían las bases de permanencia en la vida.

Los “cadetes de Aviación”, ocultos por la tira verde de la Infantería, eran los que miraban con atención y algo de emoción, a través de los grandes ventanales de las aulas, los aviones que despegaban o aterrizaban en las pistas de la cercana Base Aérea. El rugir acompasado despertaba a los somnolientos e interrumpía la voz de los profesores; aunque la figura del avión no estuviese ante las miradas, “algún experto” señalaba que eran un Focke o un Curtiss.

El año 1942 corrió en forma acelerada y culminó con las maniobras finales, en las que supimos del rigor del terreno, los fríos de la noche y la dureza de las marchas de la Infantería, mientras las armas montadas pasaban raudas a nuestro costado. El regreso, casi triunfal, nos hacía salir de la condición de “bípedos implumes”, para gozar de la nueva jerarquía como cadetes militares.

Elección del Arma

La primera actividad en 1943 fue la “elección de arma”. Los cadetes que habían ingresado como “de Aviación” fueron agrupados, mientras los demás “tratábamos” de ser destinados al arma de nuestra preferencia. Los “hijos de militares” tenían la opción de seguir el arma de su padre; el resto, por riguroso “orden de mérito”, podíamos optar entre Caballería, Infantería, Artillería o Ingenieros. Ese año, por ejemplo, se posibilitó el ingreso de una cantidad superior a la hasta entonces normal en el arma de Artillería, que logró ser equivalente a la clásica demanda de Caballería.

Aquí vino la primera sorpresa: mientras los nuevos cadetes de segundo año nos desplazábamos, los de “Aviación” habían formado un pelotón y marchaban alineados a su nuevo alojamiento. Todo indicaba que el segundo año no sería igual para los “Aviadores”.

Cuarta compañía

La organización del Colegio Militar había sido modificada. La Sección Aeronáutica, que dependía de la Agrupación Montada, se había reemplazado por una Cuarta Compañía, que integraría el Batallón de Infantería. Esta nueva subunidad, a cargo de oficiales y cadetes de Infantería, estaría conformada por los cadetes de la Promoción 11 de la EAM (Escuela de Aviación Militar) y por los recién incorporados de la EAM 12. En tanto, los cadetes de Aviación del tercer año se trasladarían al Colegio Militar de Aviación en la provincia de Córdoba.

De esta manera, se comenzaba a dar una mayor identidad al arma de Aviación, como elemento sustantivo, en razón del crecimiento constante de sus actividades y de lo que evidenciaban las batallas en Europa y en el Norte de África. Las Memorias del Ejército Argentino revelan los cambios y modificaciones que se realizaron en forma sucesiva para seguir la evolución y el desarrollo de la aeronáutica. La guerra ya nunca sería igual y el mundo se asomaba a nuevos escenarios en los cuales los cielos se conquistarían, y la aviación lograría alcanzar en sus concreciones aquello que en el ayer solo estaba en la imaginación. Este sueño del mañana, sin dudas, despertaba los corazones de los cadetes y les hacía sentirse grandes y vencedores de toda barrera, aunque ella proviniera de un serio y adusto superior iluminado por la Infantería.

La nueva subunidad fue alojada en el piso superior del edificio, en cuya planta baja estaba el Comedor de Cadetes y el Casino de Oficiales, ocupando un “adaptado” amplio salón, en el que se introdujeron algunas modificaciones para contar con una zona de baños y duchas. Esta situación hizo que se volviera a algunas prácticas del “viejo Colegio” en San Martín, donde los cadetes se alojaban en “cuadras”. “Alinear las camas” y la “luz de sueño” fueron actividades no practicadas en el año anterior, como así tampoco la diferencia de “comodidad” para el aseo y la “vida en común”. El Colegio Militar de El Palomar contaba (cuenta) con instalaciones modernas, aptas y adaptadas a la existencia de las docenas de jóvenes que allí reciben instrucción. Posiblemente, el detalle más llamativo para los “aviadores” eran los dormitorios con sus baños conjuntos, que evidenciaba un cierto grado de privacidad en el amplio alojamiento común.

La realidad mostraba que existía una concepción diferente entre los que mandaban (oficiales y cadetes de Infantería) y los que obedecían (cadetes de Aviación), que se materializaba con los crecientes “movimientos vivos” y las “largas listas de privados por conducta” (castigados que “no salían franco” los fines de semana). Era, realmente, poco entendible que cadetes “modelo” en el año anterior se transformaban en “sancionados” por la “presión” de esta convivencia. Los superiores querían hacer de los aviadores concretamente infantes; pero ellos suspiraban y soñaban con estar a bordo de un avión cruzando los cielos. Los primeros querían una disciplina de “forma” y los segundos pretendían que fuera de “fondo”. Los episodios, las anécdotas, los cuentos y las “picardías” de aquel momento ofrecen material para sonreír o suspirar emulando con éxito cualquier versión de Juvenilia que se aspire a escribir.

Como en aquel 1943, cuando el director del Colegio Militar, Coronel Oscar R. Silva, quería unir el puesto limítrofe de Tambo Nuevo con el centro de los edificios del instituto y para “evitar que se aburran los cadetes privados”, se dispuso la construcción de un camino. La dirección técnica estaba a cargo de los cadetes de Ingenieros y la mano de obra la proporcionaban los “privados”. Es de destacar que el mayor aporte genuino de “voluntarios” provenía de los “privados” de la Escuadrilla y del Escuadrón. Los primeros, como fruto del “afecto” entre los que mandaban y sus subordinados; y los segundos, por la costumbre de tratar de hacer las cosas de una manera “diferente”. Este camino, que fue bautizado como la “Avenida de los Cadetes” y debió haber sido como el “Camino de los Castigados”, al correr del tiempo se lo denominó “Avenida Coronel Silva”.

“LA VOLADORA”

Tradicionalmente se nombra así a una bruja gentil y bella que la mitología ubica como la graciosa mensajera de noticias en el exclusivo mundo del “nunca jamás” de la fantasía. Pero, en 1943, era la denominación clásica que los cadetes le dábamos a la agrupación de los habitantes del primer piso del edificio donde estaba el comedor, es decir la 4ª Compañía del Batallón de Infantería.

Esta denominación no provenía de su actividad interna, ya que estaba fuera de la vista, pese a que los silbatos se oían “dando órdenes” en todo tiempo, sino de una simple razón externa. El acceso al primer piso consistía en una escalera que tendría alrededor de un metro de ancho, preparado “cómodamente” para que alguien subiera a la vez que otro bajaba. El asunto era que los “aviadores” bajaban todos al mismo tiempo, es decir, casi dos centenas de cadetes pretendían, conforme a las órdenes recibidas, bajar como si la estrecha escalera fuera amplia y ancha con una dimensión “figurada” de varios metros. Por lo tanto, no “bajaban”, sino que “volaban”.

Aquello era todo un espectáculo de “terror”, ya que se veían piernas y brazos que se mezclaban sin orden, con figuras que se encimaban, con algunos que se “colgaban” del pasamano y hacían pensar en los bomberos alertados por los incendios. Lo espectacular era que todos llegaban sanos, cuando en cada bajada, lo previsible era que hubiera algunas fracturas y, por lo tanto, candidatos a ocupar una cama en la enfermería. Ya que todos “volaban”, la inventiva de los cadetes, con algún acierto lógico, llamaba “la voladora” a ese grupo de osados aventureros. Esta situación se expandió con tanta facilidad que alguno recuerda cuando los oficiales instructores de las otras armas también se referían a aquella subunidad con ese mote y así pasó a la historia.

Los Cadetes de Aviación

Cuando las Promociones CMN 73ª (Colegio Militar de la Nación) y EAM 11 cumplieron cuarenta años de su ingreso al Colegio Militar, se escribió un folleto titulado “Recuerdos evocativos”, en los que se dedicaban páginas a los “cadetes de la escuadrilla”. La hábil pluma de un integrante nos dice así:

«En el año 1943 y como Cadetes de 2º año, ya estábamos en nuestra Compañía.

La Compañía de Aviación, orgullosa, se ubicó en las instalaciones existentes sobre el Casino de Oficiales, que, si bien no era funcional ni cómoda, como el resto que integraba el Colegio Militar, las camas y roperos que se agrupaban unos al lado de otros, nos permitían que todos los integrantes se conocieran perfectamente y supieran aceptar con estoicismo la condición por Cadetes de 3º y 4º año de Infantería.

» Éramos Cadetes de 2º año y con tiras celestes en el brazo, junto a los Cadetes de 1.er año (Promoción XII), a los cuales ya conducíamos en su formación militar, aunque más no fuera enseñándoles a colocarse el corbatín.

» Entre los superiores que integraban la Compañía teníamos Oficiales de Infantería (los más caracterizados del Colegio) que con sus métodos no nos hacían olvidar el año de Infantería, y los Oficiales de Aviación, que llenaban nuestros sueños aeronáuticos con sus clases, sus relatos y su capacidad profesional.

» Los Cadetes de 3º y 4º año tenían hacia nosotros un “tratamiento especial” pues no debemos olvidar que ellos vivían en el proceso de Curso Acelerado; posiblemente ello fue causa para que nuestro régimen de aceleración en la vida interna de la Compañía, hiciera que el Libro de Castigo tuviera que ser reemplazado periódicamente, dado que se llenaba con la larga e interminable lista de castigados.

» Fuimos los Cadetes de 2º año de Aviación los que más pérdidas le dimos al Colegio en racionamiento, porque los sábados y domingos la lista era interminable. Éramos tantos los de Aviación castigados como el resto del Colegio en esa situación (salvo los de Caballería). Y no tenemos que dejar de mencionar la cantidad que solamente tenían “salida por higiénica”.

» Los Cadetes de Aviación éramos pintorescos. ¿Que porqué pintorescos? Veníamos de estar juntos solamente en el aula y fue allí donde nos conocimos mejor. Allí fue donde el encargado del patio interior le dedicaba al aula un especial tratamiento. Este tratamiento nos obligaba a tener guardia vigilante en la puerta, para que algunos pudieran dormir (porque dormilones había en cantidad), para poder hacer algún “festejo” a un compañero o para escuchar algunas anécdotas ocurridas en las Compañías. Ese fue el comienzo del fuerte espíritu de cuerpo y de la cohesión que en los años posteriores demostramos.

“Al llegar a 2º año y vivir todos en ese gran salón que agrupaba a los aeronautas, los Oficiales y los Cadetes de los años superiores se encontraron en un grupo de personas que sin hablar y con solamente mirarse sabían perfectamente qué actitud tomar como represalia ante una orden que no se aceptaba. ¿Me van a decir que no recuerdan cuando el “Tres” del Oficial Instructor, y pedir que cantáramos la Marcha de la Infantería, el silencio fue total? ¿O cuando al ir al baño en la Compañía y luego de silencio, con los zuecos hacer tal ruido que hasta los Oficiales que se alojaban en el Casino en la planta baja tuvieron que intervenir por no poder dormir?

» Pero había cosas que nos llenaban de satisfacción.

«Con cuánto reconocimiento mirábamos al Cadete encargado de hacer entrar al cine, cuando anunciaba primero a Aviación; y con qué orgullo portábamos las sillas delante del resto del Cuerpo para ver “Volando a Río”; nada más que soñando, esperando el sábado para desquitarnos de la película.

«También orgullosos nos sentíamos de ser un grupo de cadetes que a pesar de solamente tener 1º y 2º año le dábamos qué hacer al resto del Cuerpo en atletismo, fútbol y básquet.

«Nuestra camiseta celeste de la Escuadrilla se veía en todas las pruebas, dado que los Oficiales Instructores habían impartido la orden de participar en todas. ¿Pero cómo seleccionar si no veníamos preparados en ciertas especialidades desde 1.º año? Eso era lo de menos, la selección se hacía por “vocación”, por lo que se había hecho en la vida civil en atletismo, y el resto por configuración física. A pesar de todo sacamos grandes atletas y también grandes voluntariosos. Pero cada vez estábamos más cerca de nuestra Aviación.

«En los planes de instrucción figuraba la visita a la Base Aérea Militar “El Palomar”, tan materialmente cerca y sin embargo tan increíblemente lejos… y allí nuestra imaginación volaba al tocar los aviones o escuchar las clases de Material o Armamento que sobre la especialidad daban los Oficiales de esa Base Aérea.

«Nuestros Oficiales Instructores Aviadores, poco a poco, iban incluyendo en nuestra instrucción y preparándonos para cuando fuéramos a la Escuela de Aviación Militar. Por eso es que a fin de año nos permitieron hacer un Aeródromo de Campaña, en los fondos del Colegio; y en ese lugar, gozosos de lo mismo, explicábamos al director, jefe del Cuerpo y oficiales del Colegio, la actividad de un aeródromo, acompañados por los pasajes rasantes de los Curtiss que desde la Base Aérea “El Palomar” se prestaban a colaborar.

«Así fue cómo, conviviendo con el recién incorporado primer año y ya constituyendo un núcleo importante de cadetes, nos aprestábamos para integrar la Escuela de Aviación Militar, todos imbuidos de un fuerte espíritu de Cuerpo y con la cohesión necesaria para afrontar el cambio que se avecinaba”.

Pasado y presente

El tiempo corre a una velocidad imposible de dominar y en él se acumulan los recuerdos de un pasado que se borra en la mente, pero, circunstancialmente, se activa y parece ser realidad en el presente.

La carrera militar es esa sumatoria de recuerdos y tiene su raíz en el momento de la educación y formación, en el cual, casi adolescente, se sabe lo que se vive y se sueña lo que se espera. Ese primer año en el Colegio Militar, en 1942, cuando todos estábamos mezclados bajo el “régimen” de la Infantería, hizo que fuéramos tan iguales que no nos distinguíamos por estar cubiertos de barro en manos y cara; o el placer de los desfiles a “paso a compás”, acompañados de aplausos en las avenidas porteñas. Por eso, el pasar a segundo año es (era) un hito de dimensión insuperable. Saberse artillero o ingeniero, revalidar los calores del infante o soñar las jineteadas de los de Caballería tenía el mismo sabor del celeste que marcaba a los aviadores.

La Promoción EAM 11 fue la última que vivió esos pasos iniciales en el conjunto de todos los cadetes del Colegio Militar[1]; la EAM 12 fue subordinada a ellos en “la voladora”, y la EAM 14 ingresó directamente en la Escuela de Aviación Militar en Córdoba. Este hecho, trascendente en la evolución y concreción del arma y luego esencia del nacimiento de la Fuerza Aérea, es lo que anima la real, concreta y permanente amistad que anida en la CMN 73.ª y, por ello, es el justificativo de este mensaje.

En la memoria de quienes ingresaron al Colegio Militar ese día pleno de sol y viento de marzo de 1942, siempre estará aquella bandera flameante que los cubrió como soldados de la Patria.

(*) Oficial del Ejército Argentino del Arma de Artillería (especialidad Blindados). Integró la Promoción 1 del Liceo Militar General San Martín (fundadora), la Promoción 73.ª del Colegio Militar de la Nación y la Promoción 11 de la Escuela de Aviación Militar. En su carrera militar se destacó en la Compañía de Tanques Medianos Nahuel y en el cargo de director del Proyecto Sistema de Computación de Datos del Ejército. Fue asesor de Sistemas en la Presidencia de la Nación, presidente del Grupo Minero Pirquitas, y delegado adscripto del Estado Mayor General del Ejército ante el Congreso Nacional. Autor de trabajos sobre historia, política, informática y minería, publicados en el país y en el exterior. Profesor y conferencista en centros de estudio nacionales y extranjeros. El presente trabajo fue expuesto en el II Congreso de Historia Aeronáutica Argentina, organizado por la DEH en 2012.

Fuente: https://www.faa.mil.ar

[1] La Promoción EAM 11 está integrada por tres aportes: los que ingresaron al Colegio Militar en 1942; los subtenientes de reserva egresados del Liceo Militar General San Martín (LMGSM 1 – Fundadora); y los cadetes de Artillería de la Promoción CMN 74.ª que pasaron a la Fuerza Aérea.

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