La india Magdalena, una mujer azul

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Recibió el encargo del Gran general de teñir los uniformes de azul. Hizo todo el esfuerzo, pero no pudo. Sin embargo, nueve soldados llevaron a la guerra de la Independencia uniformes teñidos por ella. El agradecimiento de San Martín.

Por Jorge SOSA


¿Cuál habrá sido su nombre pehuenche? Porque todos la conocían como la “India Magdalena”, pero Magdalena es nombre de los blancos, uno de los nombres de su libro sagrado, la Biblia.

¿Cuál habrá sido su nombre? Podríamos llamarla Pilmaiquén, que en mapudungun significa “golondrina”, por su búsqueda constante del color azul. Azul, color sagrado de los pueblos mapuches.

Su madre y su abuela le habían enseñado los rudimentos del tejido: transformar la lana en hilo, armar las rústicas madejas, el correcto uso del telar. Entre los pehuenches era esta tarea de mujeres, y las mujeres fueron mejorando con el tiempo.

Sabía Magdalena de la paciencia que había que apropiarse para escardar la lana y angostarla en hilo, y conocía perfectamente los vaivenes de esa vara de madera que iba enlazando los flequitos de lana hasta hacerlos figuras del lienzo. En Mendoza era mentada, porque sus mantas y sus ponchos era muy estimados en las miscelánicas tiendas de la Alameda.

Pero si en algo era experta la India Magdalena era en conocer los yuyos, las tierras, y los frutos que iban a darle colores a sus tejidos. Para el amarillo el jacarandá, del eucaliptus le daba el verde claro y algunos pardos. Con yerba mate y cáscara de cebolla, blancos, naranjas y verdes suaves, aunque para el naranja también servía las flores de romanza o el vinagrillo.

La cúrcuma y el pimentón, además del repollo colorado, remolacha y espinaca, daban rosas y verdes. También daba rosado la corteza de pellín. Para el amarillo le servían pimiento, boldo, algarrobilla, maitén, pellín, coihue. El verde fuerte podía lograrse con quila, canelo, helecho, coihue, nirre y hojas de michay. Un marrón claro daba las hojas de laurel.

¡Ay! pero el azul, el azul era el más difícil y el General necesitaba el azul. Solo los mapuches eran capaces de lograr los más bellos azules, porque ese es su color. El de la Reina Azul que les espera en la otra vida, en el Calfu Huenú (el cielo azul), junto al Gran Padre.

El primer intento lo había hecho otra habitante de San Carlos Juana Mayorga, pero no logró cumplir con el encargo.

Una partida de soldados blandengues fue a la estancia el Yaucha, en la actual La Consulta, San Carlos, a inicios de febrero de 1816 y volvió con Magdalena. San Martín le habló con calma ayudado por Fray Inalicán. Le explicó de los uniformes y otra vez apareció el color azul.

–Haré todo lo que pueda, General –dijo la india y fue a buscar con alguna ayuda los yuyos para la tarea. Chucho, mollaca y añil y con eso estaba satisfecha. Fueron días y días de trabajar con cacharros, grandes fuentones, agua y fuego. Pero no fue posible.

La india sólo logró teñir unos pocos uniformes con azul desparejo, por ahí se iba sobre la tela y por ahí volvía. No pudo Magdalena y era lógico. Ella estaba acostumbrada a teñir pequeñas parcelas de lana para algún tapiz o algún poncho, hacerlo con los miles de uniformes no era tarea para dos manos pehuenches, por más sabedoras y esforzadas que fueran. Así como una partida de soldados la trajo una partida la volvió a los toldos de La Consulta. Antes el General le había agradecido el empeño y le había hecho varios regalos.

–Ahí tiene un corte de rebozo y unas bolsas de yerba mate en pago por su molestia.

Pero nada calmaba la desazón de Magdalena. Ella como todo pehuenche no estaba preparada para decir no puedo.

Tras los intentos de Juana y Magdalena con sus tintes naturales extraídos de raíces, el gobierno optó por convocar al ciudadano Francisco Javier Correas, conocedor de productos químicos, de quien el General tenía muy buenas referencia por haber cumplido puntualmente con entrega de tejidos. Le pidió que realizara el trabajo.

Correas accedió al pedido de San Martín y desde abril de ese mismo año, procedió al teñido del «picote» utilizando sulfatos y otros productos. Un hombre ligado a la ciencia iba a reemplazar los intentos de una mujer “sabedora” de una cultura ancestral. Los escépticos conocedores de la tarea estaban seguros de que fracasaría como los otros intentos.

Pero el trabajo tuvo muy buenos resultados. El color azul de los paños quedó muy firme y comenzó a teñirse una cantidad considerable de piezas. A pesar del logro el tiempo no permitió que Francisco Javier Correa cumpliera con la tarea grande. No quedaba calendario para tanto y tampoco quedaba dinero. La mayoría de los uniformes tuvieron que pedirse a Buenos Aires.

 

El valor de un fracaso

El General entró en la habitación de El Plumerillo donde lo aguardaba la India Magdalena, con ojos resignados, y el oficial que la iba a llevar de vuelta a La Consulta. La mujer esperaba sentada la llegada de José Francisco. Cuando lo vio entrar amagó con pararse, San Martín la contuvo.

– No se moleste, mi amiga. Yo también voy a sentarme.

Magdalena, rostro de vasija, piel de sol intenso, arrugas de puro tiempo, clavó sus ojos en los oscuros de San Martín. Le pareció que sonreían.

– Bueno, amiga, hizo usted todo lo posible. Le agradezco por eso.

Magdalena intentó ordenar sus pocas palabras en castellano.

– No pude, nunca pudí.

– Pero lo intentó, madre, y eso es muy valioso para nosotros. Querer no siempre es poder. Lo importante es que haya venido y lo haya intentado.

– Muchos soldados. Mucha tela.

– Lo sé Magdalena, lo sé. Vuelva tranquila a su tierra, el Ejército de los Andes les está agradeciendo a través mío la voluntad que puso en el trabajo.

– Más tiempo, más tiempo.

– No tenemos, madre, yo también quisiera más tiempo, pero los días pasan y falta poco para el instante de la partida. ¿Cuántos uniformes tiñeron?

Esta vez contestó el oficial.

– Nueve uniformes de azul desparejo, quince que no sirven.

– Los nueve van a ser utilizados. Magdalena, cuando nos vayamos, un puñadito de soldados llevará sobre su cuerpo las telas que usted tiñó. Usted también cruzará los Andes con nosotros.

Se levantó el General, besó las manos de la mujer con piel de sol y sonrió con esa sonrisa que él tenía, una sonrisa llena de agradecimiento.

Meses después, llegó a La Consulta el triunfo de Chacabuco. Hubo alegría en los pocos ranchos de la zona. En uno de ellos Magdalena le sonreía a una de sus hijas.

– Anoche soñé con uniformes. Soñé azul, pero soñé rojo.

– La sangre, la sangre, mama.

Magdalena quedó en silencio por largo tiempo. Esa noche se acostó con un cántaro de agua a su costado.

– ¿Para qué el agua, mama?

– Por si vuelvo a soñar rojo, voy a lavarlos, para que sigan siendo solamente azules.

La libertad hecha viento voló por su rancho, le dejó al pasar, un trocito de sonido de un clarín de Chacabuco.

Canción

Azul Pehuenche
Yo puedo teñir un poncho
de azul mapuche, Calfú,
pero un ejército no
que no tengo tanto azul.

Plantita de añil rastrera
yo sé que en tu corazón
anda una sangre azulada
que ahora preciso yo.

Hay que teñir las telas
y azular la libertad
que allá por la cordillera
un río azul cruzará.

Pero hay veces que las ganas
quedan en gana nomás
Azules manos pehuenches
no pudieron azular.

Perdóneme general
no le he podido cumplir,
mis manos son muy pequeñas
para atrapar tanto añil.

Perdóneme, General
mis manos han fracasado,
preciso toda una pampa
para pintar sus soldados.

Dicen que la Magdalena
lloraba a su Dios de cruz
yo soy otra Magdalena
yo lloro a mi Dios de azul.

 

Fuente: http://jornadaonline.com

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