Sede Club «El Panal»

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Por el Profesor Ignacio GELONCH VILLARINO (*)


>>> | Cuesta reconocer, en el bullicio, los colores y el ajetreo del centro cordobés, vestigios de lo que fuera una vida diferente a la que actualmente devora nuestros días, especialmente cuando caminamos apurados por nuestras viejas peatonales.

Cuesta imaginar, tal vez, que ese espacio era el escenario de lo aristocrático, de las discusiones filosóficas, o de las más encumbradas relaciones entre los más elegantes personajes de una sociedad que se veía a sí misma, incluso en lo que era una pequeña ciudad mediterránea como la vanguardia de la modernidad y el progreso. De ese entorno, donde también se pergeñaban las intrigas del poder, sólo nos queda como un posterior pálido reflejo de esas actividades nuestra actual Legislatura, que incluso puede que sea mudada en un futuro cercano.

Y sin embargo, en la vereda de enfrente de la Legislatura, todavía se levanta lo que fuera la casa del Presidente Juárez Celman, luego sede del Club El Panal y actual “Museo de las Mujeres”.

A fines del siglo XIX, en la etapa de consolidación del modelo agroexportador de productos primarios, la clase dirigente argentina definió un perfil marcadamente aristocrático. A la base material proporcionada por la riqueza de la pampa húmeda y los negocios con el extranjero, se sumó una visión de sí misma como elite moderna, amante de las artes y las ciencias, a tono con las últimas novedades de la época, dispuesta a sumir su rol de guía y motor en el camino hacia el progreso. La Masonería, a su vez, brindó el marco apropiado para la difusión de ideologías, la discusión sobre políticas a promover, cuando no la mera y simple conspiración. Es que, en el mundo de la política, estamos en la época de los “partidos de notables”, de los grandes líderes que, sobre la estructura de un acuerdo tácito respecto al rumbo que la democracia liberal debía otorgar al país, mantenían feroces disputas facciosas (no exentas de violencia, en más de una ocasión). Las reuniones secretas en las Logias, la acalorada discusión en el plano de las ideas, los acuerdos e intrigas, junto con las conspiraciones y alzamientos armados, dieron el color a la cotidianeidad de la aristocracia argentina en los años inmediatamente previos y posteriores al cambio de siglo.
En nuestra Córdoba, dicha aristocracia tuvo sus representantes en las figuras de encumbrados dirigentes políticos, que se proyectaron en la escena nacional. Tal es el caso de Juárez Celman, quien llegara a la Presidencia de la Nación (1886-1890), o de su hermano Marcos Juárez, quien fuera Jefe de Policía y Gobernador (1889 – 1890) de nuestra Provincia. Ambos, además de compartir su pertenencia a la masonería y su militancia en la facción política que acabó llevando su nombre (el “Juarismo”), fueron sucesivos propietarios de una casona que aún se levanta en la calle Rivera Indarte Nº 55.
El inmueble, destaca por su estilo monumental y versallesco. Si bien hoy está restaurado y refuncionalizado, el edificio fue construido por José Franceschi y Francisco Comici Roncioni, siendo posteriormente reformado por el Arquitecto Francesco Tamburini.  Sus espejos eran traídos de Venecia y contaba en sus salones con decorados del pintor Arturo Nembrini Gonzaga.
Desde su construcción, y tras haber sido propiedad de los Juárez, el edificio tuvo variados destinos: oficinas públicas del gobierno, sede del Conservatorio del Gobierno y, actualmente, espacio cultural y museo.
Pero quisiéramos aquí llamar la atención sobre una etapa de su historia, mientras estuvo en manos de Marcos Juárez: la casona fue sede del selecto Club “El panal”, del cual fueron integrantes muchos representantes de esa clase dirigente ya mencionada, no sólo pertenecientes a la aristocracia cordobesa, sino también al ámbito nacional.
Si bien hay quienes relacionan el nombre del club con la simbología que tienen para los masones las abejas, el historiador Efraín Bischoff(1) nos cuenta que tanto la fundación del club como el nombre elegido pueden tener que ver con la costumbre que varios caballeros de la época, encabezados por el mentado Marcos Juárez, tenían de reunirse en la Plaza Mayor (hoy Plaza San Martín), a conversar en las tardes y mandar comprar un refresco de moda en la época, conocido como “panal” (miel, jugo de limón, clara de huevo y agua).
Fue de esas tertulias que surgió la idea de formar un Club de aristócratas, utilizando como espacio la elegante casona de Rivera Indarte Nº 55.
“El Panal”, entonces, fue fundado el 10 de enero de 1887. Para su membresía, los caballeros debían desembolsar una suma que originalmente era de veinte centavos, con los cuales se realizaba la compra de los ya mencionados “panales”. Rápidamente, el Club fue escenario de todo tipo de reuniones y entretenimientos, ya que llegó a contar con servicio de restaurant, café y billar, pero también se podía allí jugar a las cartas y realizar apuestas. Sin embargo, lo que más ha trascendido a la historia son los bailes y fiestas que organizaba el club, para los cuales el ferrocarril llegó a colocar un servicio especial, a fin de permitir a los aristócratas de Buenos Aires concurrir a dichas fiestas. No es de extrañar, entonces, que en la lista de suscriptores del Club “El Panal” figuren los nombres de altos funcionarios del gobierno nacional como Javier Lazcano Colodrero, Wenceslao Tejerina, José del Viso, Ramón J. Cárcano, José Figueroa Alcorta.
Presidente entre 1906 y 1910), Cornelio Moyano Gacitúa y Dámaso Palacios(2), además de los hermanos Juárez, por supuesto.
No debe sorprendernos, por lo tanto, que más allá de esos elegantes entretenimientos el Club desempeñara un destacado papel como centro de intrigas políticas a nivel provincial pero también nacional, que perduraron en el tiempo más allá de la caída del “juarismo”, en la crisis de 1890. No debemos olvidar, tampoco, que en dicho edificio se llevaron a cabo, junto con las actividades propias del Club, reuniones masónicas de las que participaban la mayoría de sus integrantes, iniciados en los ritos de dicha sociedad secreta.
Pero en nuestros días, luego de tantas y tan variadas reutilizaciones, junto a su reciente restauración y refuncionalización, poco podemos ver en el edificio que nos dé cuenta de ese pasado esplendoroso como centro de actividad social y política de la aristocracia terrateniente.
Convertido en espacio Cultural “Museo de las Mujeres”, sólo está habilitado el acceso al público a unas pocas salas de la planta baja (se dice que en un futuro podría abrirse el acceso a parte de la planta alta). En las mismas, se exhiben diferentes muestras de renombradas artistas plásticas (escultura, fotografía, pintura). Si bien pocas huellas quedan de la elegancia en los decorados que tuvo originalmente (prestar atención a las puertas de ingreso y las columnas ornamentales en un pasillo central), aún conserva ese estilo monumental bien diferente a nuestra arquitectura contemporánea, que permite un mejor lucimiento de las obras de arte que allí se presentan. El espacio puede visitarse gratuitamente, de martes a sábados, entre 10:00 y las 20:00 horas.
Si realizamos una recorrida por la casona, al terminar la misma y transponer sus puertas para retornar a la calle peatonal, uno siente que, por lo menos, hay 100 años de toda una historia argentina entre un lado y otro del umbral.

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El autor es Profesor de Historia. Se desempeña como Columnista del Equipo de Redacción Revista Rumbos Aeronáuticos.